domingo, 21 de febrero de 2021

El emigrado impasible

 



Por Maite Pil. 


Tuve una pareja, bah, nunca fuimos novios, me lo cogí por dos años, pero jamás formalizamos. Eso debería haberme dado una pista, no? Después mi mamá se murió y yo me enojé porque él no estuvo para acompañarme y, claro, se juntó con una extranjera y se fue. Yo lo bloqueé, empecé terapia por él, lo superé. Conocí a alguien, el vecino de enfrente, literal. Estaba, física y sentimentalmente hablando, disponible. Tuvimos una hija, compramos cosas, diseñamos una casa. Hasta que sentí que el amor ya llegaba al techo, o al piso, o no llegaba a ningún lado, y me separé. Necesito ser libre, escribir, decir lo que se me cante el orto, estar en ambientes creativos, recuperar mis amistades y contactos. 

Mi novio internacional me vuelve a encontrar. Hey you. Vive en Suiza con una mina diferente a la que se fue de Argentina. Viene de visita, yo creo que, si después de todos estos años de no verme, todavía piensa en mí, es porque me ama. Hasta que una mañana fatídica, cuando nos despedimos, me dice: gracias por el peteAhí me di cuenta de que las mujeres suecas no cogen como nosotras.

Pasó un año y volvió de visita…Y traté de hablarle mal de su elección: Suiza es aburrida. No podía decir nada más, y eso que lo googleé. Es un país perfecto. Los odio. 

Así que cambié la perspectiva. ¿No es mejor pagarle a tus padres el boleto para que vayan a verte? ¿Qué clase de persona sos? ¿Por qué ver a una latina que ni siquiera aplicaba como novia en un contexto argentino? Hasta que un día llegamos a hablar seriamente, y le dije: no quiero verte y no me seduzcas, siempre que me sedujiste te cagaste en mi amor. Y me dijo: "Tenés razón, pero te traje un chocolate y una sorpresa".

Mañana les cuento de qué se trata. 

domingo, 14 de febrero de 2021

El día de los pudientes.

 





Por Maite Pil. 


Una sola vez tuve una cita por San Valentín. Me pasó a buscar, cuando abrí la puerta lo saludé y, de los nervios, le dije que creí que me había olvidado el calefón prendido. Le cerré la puerta en la cara, esperé un rato y volví a salir. Después nos tomamos un colectivo hasta el cine. ¿Qué necesidad había de viajar parados en el 124 para llegar al Abasto? Si volviera a nacer haría casi todo diferente. La mayoría de los recuerdos amorosos que tengo son vergonzosos e imprácticos. Podríamos haber ido al pool de siempre, tomar unas cervezas y volver a su casa. Pero no, él se puso una camisa de manga corta y se afeitó. La combinación menos erótica del mundo, es como disfrazarse de Frank Grimes[1]. Éramos dos personas prologando el momento de tomar alcohol, intentando romantizar, de la manera más burda y básica, una relación que se sostenía gracias a mensajes a las 3:00 am. 

Cuando yo era adolescente no sabía que los modos de amar respondían a ideologías y a formas de transmisión cultural específicas. Llorar o extasiarme con una canción me parecían excelentes gesto de amor, los más propicios. Y eso que no lo compartía en redes, ni tenía forma de transmitirlo en vivo. Pero el enamoramiento es la forma de pensamiento mágico por excelencia, ¿o no?. Nos convencemos de que el amante conoce nuestros rituales privados. 

Cuando tenía 14 años me enamoré perdidamente de un chico unos años más grande que yo. Pasé meses yendo a su “parada” y pasando el rato con él y su gente. Finalmente un día nos besamos y nos pusimos de novios. Nunca estuve tan feliz en mi vida. Era tan feliz que no me importaba qué hacía cuando no me veía, hasta que un día mi vieja me dijo: “Pasa mucho tiempo con los amigos y vos acá como una idiota, hacelo esperar vos a él, armate otro plan”. Y me mató. Tenía razón en algún punto, no iba a perderlo por irme a la casa de una amiga, no necesitaba esperarlo en la ventana, pero fue la humillación lo que me cambió de una vez y para siempre. Lejos de convertirme en una mujer empoderada e independiente, me convertí en una mujer debatida entre dos posturas. Lo que quería y lo que se suponía que debía hacer. Supongo que de una u otra forma iba a llegar a ese dilema.

A decir verdad, nunca lo resolví. Pasan los años y el amor se transforma, cada vez más, en una experiencia antagónica. Ni se me alinean los planetas, ni el mundo me sonríe, ni la neurosis se me aplaca. Todo se vuelve tensión y miedo.

Hay gente a la que se le da bien el amor, otros lo estudiamos.

 



[1] Personaje de “Los Simpson”. Tuvo su primera aparición en el episodio Homer's Enemy.


domingo, 7 de febrero de 2021

Triste, solitario y hater.

 




Por Maite Pil. 


    Hace un momento me crucé en Facebook una publicación de la venta de un sillón a tres mil pesos. El dueño aclaraba - además de que en las fotos se podía apreciar- que era para retapizar. Abajo, una catarata de comentarios: "Cómo vas a venderlo a ese precio", "Qué ladri", "Encima pretende que lo retiren hoy", etc. Me pareció una locura ese claro ataque en manada. ¿Por qué esa indignación sobre algo que, uno pensaría, no los afecta en nada? 

    Este es un fenómeno que viene in crescendo en las redes sociales, los denominados haters llegaron para quedarse. Ahora, más que analizar esta manifestación en su dimensión virtual, y ponerme a pensar en la impunidad que garantiza el anonimato, prefiero hacerlo por su reverso. No creo que sea casualidad que esta dinámica se haya instalado en tiempos en los que los vínculos ya no fundan un compromiso. Las relaciones se basan, cada vez más, bajo la premisa de lo dado, es decir, no hay una construcción subjetiva ni un reconocimiento del otro como tal; lo incorporo en tanto se adapta a la dinámica establecida. 

    Seguramente todos recuerden la frase que se le atribuye a Groucho Marx: "Estos son mis principiosSi no le gustan, tengo otros". Más allá de la evidente ironía con la que trabaja la integridad, podemos pensarla - por qué no- como una reflexión sobre el costo vincular: lo inmutable no hace lazo. Hoy, a más de 30 de esa frase, lo que predomina es la cultura del desapego emocional. Soltar es la vedette del siglo y al que no le guste, que se joda.   

    Es por esto que pienso que el odio en las redes sociales es una suerte de desplazamiento patológico de aquello que se sofoca o se veda en las relaciones actuales. En la medida en que la deuda que funda a los vínculos sea el no deberse nada -es decir, un costo cero- no podrá revertirse este fenómeno.