domingo, 24 de octubre de 2021

Carne accidentada

 




Por Maite Pil


Hoy estuve hablando con una de mis hermanas sobre la vida y el amor, hablamos sobre todos esos rollos coincidentes, los que tenemos en común, esos que nos hermanan más, y esos otros que no tanto.

Y en esa charla —que solo podría haberse dado con ella, así como otras charlas solo podrán darse con otras personas— llegué a la conclusión de que una de las cosas que a mí me permitieron poder pararme de otro modo en la vida fue descubrir que, a fin de cuentas, ser amada por un hombre no es tan especial. Ni es tan especial —como lo imaginaba a mis 20 años, que se me iba la vida en buscarlo—, ni es tan meritorio.

El amor —erótico, digamos, cosa a la que le he dedicado, y le dedico, millones de horas de práctica y de teoría es algo bastante más ordinario y accidental de lo que uno tiende a suponer. Sin embargo, las personas —no todas, las que podemos, al menos, porque no se tiene esta patología solo por desearla— insistimos en esta idea de que el amor es el sentimiento más elevado que podemos experimentar. Y como si esa ficción no fuese suficiente, nos creemos que el amor que recibimos, o el que potencialmente podríamos recibir, tiene una relación directa con nuestro ser —o en su otra vertiente, creer que el amor que recibimos debe ser proporcional al que damos—.

Si se ponen a pensar, todos hemos buscado amor por diferentes vías y en distintas personas. Y hasta hemos sido capaces de que nos gusten cosas muy disímiles. No obstante, la escena que nos armamos de nuestro rasgo amable, en tanto digno de amor, es constante. Pueden variar dos o tres cuestiones satelitales, pero, en general, insistimos en ser amados por algo, pongámosle X.

Entonces vamos con nuestro X a cuestas, mostrándolo, ofreciéndolo, o escatimándolo; y a veces nos va un poquito mejor y a veces nos va un poquito peor. Y llega un punto en que hasta podemos empezar o retomar un análisis, y nos preguntamos por qué, por qué no se nos da en el amor si tenemos X. Capaz que nos vayamos de ese análisis mejores, capaz que nos sintamos estafados, o capaz que nunca nos vayamos. Y eso también será accidental, porque en el análisis también se juegan las cosas del querer.

Me gusta la palabra accidente y la traigo, un poco a repetición, porque habla de ciertos hechos azarosos que pueden tener un tinte trágico como un tinte dichoso. Como le decía hoy mi hermana, tus accidentes devienen siempre en regalos, otra gente tiene un accidente y se quiebra una pierna.  

En fin, el punto es que el amor es accidental, por lo tanto, no hay mérito ni mística. No hay orden divino, tampoco nos aman por X, si nos aman, lo hacen por cualquier otra letra. Hacer carne esto es un alivio —no uno intelectual, claro, menos que menos si se es un obsesivo—. Pero para que el alivio sea genuino, primero debe ser carne y luego idea. No funciona al revés.


domingo, 9 de mayo de 2021

Blancanieves, the devil in disguise.

 






Por Maite Pil.


Mientras algunos líderes mundiales, junto con organizaciones internacionales, abogan por la liberación de las patentes de las vacunas contra el coronavirus, hay sectores del feminismo que piden reversionar Blancanieves ya que consideran que el beso final no es consensuado. Ustedes bien pueden pensar que presentar el tema así es tendencioso -y tienen razón-. Desde ya que el contexto pandémico no impide, o no debería impedir, los debates y las luchas culturales. Qué excelente oportunidad para visibilizar, por ejemplo, que seguimos siendo las mujeres las que mayor carga horaria de tareas domésticas y de crianza tenemos. O que de la pobreza mundial el mayor porcentaje está compuesto por mujeres. 

Este feminismo desconectado de la realidad, despolitizado, de mujeres blancas, pudientes y superficiales, completamente adaptadas al sistema, reviste un grave peligro y desdibuja las bases ideológicas de -la que debería ser- la gran revolución del siglo XXI.

Uno de los mayores problemas es la denominada cultura de la cancelación, que consiste, muchas veces, en una censura retroactiva. En lugar de leer e interpretar a las obras en su contexto sociocultural, aunque más no sea para repudiarlas, se las pretende eliminar. Esto es, sin dudas, de una ignorancia suprema, propia de los sectores más necios y reaccionarios. 

Vayamos al caso concreto de Blancanieves: la escena en cuestión consiste en que el príncipe, creyendo que su amada, o su crush, está muerta, la besa a modo de despedida. No sé si ustedes fueron alguna vez a un velatorio a cajón a abierto, pero es muy común que la gente se despida de los muertos con besos, caricias y demás demostraciones de afecto. Jamás vi a un muerto consentir o rechazar ninguna de esas acciones. Entonces, el problema no sería el beso en sí, en tal caso sería el mensaje de que un hombre está en posición de salvar a una mujer completamente pasiva. Bueno, seguramente sea un mensaje de mierda, pero, por sobre todas las cosas, es un aspiracional en desuso. Yo podría ver la peli con mi hija y conversar sobre el tema, hasta incluso reírnos de la solemnidad romántica reconociendo aquello que desentona con el presente. Ahora, si lo que yo hago es adelantar la escena, editarle la historia, estoy fracasando.

La humanidad necesita de un feminismo que esté a la altura de las circunstancias. Está perfecto revisar las moralejas de los cuentos clásicos, pero el legado de estas generaciones no puede ser la cancelación, debe ser la producción. Producir cultura, ciencia, conocimientos, y, por sobre todas las cosas, condiciones sociales dignas. 

Y cuando digo producir me refiero a traspasar las pantallas. Nos toca vivir una época muy proclive a la fetichización de las luchas. Nos encontramos con el feminismo Instagram que lo único que hace es mostrar una axila que no está depilada, pero no hay internalización alguna. No hay un verdadero aprendizaje y deconstrucción allí, lo que hay es una fijación estética. 

El feminismo fetichista, ese que muestra y dice, y no le hace ni cosquillas al entramado social, es the devil in disguise. 

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viernes, 2 de abril de 2021

Reventante

 

Por Maite Pil






Yo tengo una loca, loca, creencia: que los amores del pasado sirven para pasar el rato hasta que lleguen los amores del futuro. No se dejen engañar. Los amores del pasado son lobos disfrazados de corderos. Parecen no restar energías ni causar ningún tipo de daño, pero lo hacen. No voy a enumerar anécdotas al respecto, simplemente contarles la última: me regaló un té Yogui (esa es la marca) y luego me eliminó de Facebook. Qué bronca. Me ganó de mano. Se caía de maduro que no daba para más el vínculo, pero me ganó de mano. Es la última vez que desayuno ese té, me lo prometí. 

Tengo otra loca, loca, creencia: que a los hombres hay que darles tiempo. Esta es triste y bochornosa. Porque siempre te lleva a un lugar absurdo de demanda; claro, vos creés que el otro está contando los intentos con vos, pero no. No hay nada más frustrante que no ser rechazada de forma explícita. En general, los chabones de mi generación no sabe cómo decirle que no a una mujer y todo se vuelve un chicle confusional y humillante, hasta que el silencio se vuelve respuesta en sí misma y una elimina el whatsapp del otro y una noche de flaqueza intenta rastrearlo en un chat del msn. 

Mi última creencia loca es que, a pesar de todo, incluso a pesar de estar publicando esto, voy a conocer a alguien nuevo, algún día, y sin abrirme un Tinder, ni responder los mensajes de Facebook -y en plena pandemia-. Esto más que creencia es como una utopía. 

La gente me dice que me sume a los sitios de citas, me acercan testimonios fantásticos de parejas soñadas. Hasta mis dos hermanas mayores conocieron a sus novios así. Pero yo tengo un problema: me odio y me creo superior en partes iguales. Entonces obro en mi contra con aires de grandeza. Una cosa que, aparentemente, cae mal en la gente. Así me contaron.

Por suerte dejé análisis y ahora tengo más tiempo para pensar en mi flaquezas. 


domingo, 21 de febrero de 2021

El emigrado impasible

 



Por Maite Pil. 


Tuve una pareja, bah, nunca fuimos novios, me lo cogí por dos años, pero jamás formalizamos. Eso debería haberme dado una pista, no? Después mi mamá se murió y yo me enojé porque él no estuvo para acompañarme y, claro, se juntó con una extranjera y se fue. Yo lo bloqueé, empecé terapia por él, lo superé. Conocí a alguien, el vecino de enfrente, literal. Estaba, física y sentimentalmente hablando, disponible. Tuvimos una hija, compramos cosas, diseñamos una casa. Hasta que sentí que el amor ya llegaba al techo, o al piso, o no llegaba a ningún lado, y me separé. Necesito ser libre, escribir, decir lo que se me cante el orto, estar en ambientes creativos, recuperar mis amistades y contactos. 

Mi novio internacional me vuelve a encontrar. Hey you. Vive en Suiza con una mina diferente a la que se fue de Argentina. Viene de visita, yo creo que, si después de todos estos años de no verme, todavía piensa en mí, es porque me ama. Hasta que una mañana fatídica, cuando nos despedimos, me dice: gracias por el peteAhí me di cuenta de que las mujeres suecas no cogen como nosotras.

Pasó un año y volvió de visita…Y traté de hablarle mal de su elección: Suiza es aburrida. No podía decir nada más, y eso que lo googleé. Es un país perfecto. Los odio. 

Así que cambié la perspectiva. ¿No es mejor pagarle a tus padres el boleto para que vayan a verte? ¿Qué clase de persona sos? ¿Por qué ver a una latina que ni siquiera aplicaba como novia en un contexto argentino? Hasta que un día llegamos a hablar seriamente, y le dije: no quiero verte y no me seduzcas, siempre que me sedujiste te cagaste en mi amor. Y me dijo: "Tenés razón, pero te traje un chocolate y una sorpresa".

Mañana les cuento de qué se trata. 

domingo, 14 de febrero de 2021

El día de los pudientes.

 





Por Maite Pil. 


Una sola vez tuve una cita por San Valentín. Me pasó a buscar, cuando abrí la puerta lo saludé y, de los nervios, le dije que creí que me había olvidado el calefón prendido. Le cerré la puerta en la cara, esperé un rato y volví a salir. Después nos tomamos un colectivo hasta el cine. ¿Qué necesidad había de viajar parados en el 124 para llegar al Abasto? Si volviera a nacer haría casi todo diferente. La mayoría de los recuerdos amorosos que tengo son vergonzosos e imprácticos. Podríamos haber ido al pool de siempre, tomar unas cervezas y volver a su casa. Pero no, él se puso una camisa de manga corta y se afeitó. La combinación menos erótica del mundo, es como disfrazarse de Frank Grimes[1]. Éramos dos personas prologando el momento de tomar alcohol, intentando romantizar, de la manera más burda y básica, una relación que se sostenía gracias a mensajes a las 3:00 am. 

Cuando yo era adolescente no sabía que los modos de amar respondían a ideologías y a formas de transmisión cultural específicas. Llorar o extasiarme con una canción me parecían excelentes gesto de amor, los más propicios. Y eso que no lo compartía en redes, ni tenía forma de transmitirlo en vivo. Pero el enamoramiento es la forma de pensamiento mágico por excelencia, ¿o no?. Nos convencemos de que el amante conoce nuestros rituales privados. 

Cuando tenía 14 años me enamoré perdidamente de un chico unos años más grande que yo. Pasé meses yendo a su “parada” y pasando el rato con él y su gente. Finalmente un día nos besamos y nos pusimos de novios. Nunca estuve tan feliz en mi vida. Era tan feliz que no me importaba qué hacía cuando no me veía, hasta que un día mi vieja me dijo: “Pasa mucho tiempo con los amigos y vos acá como una idiota, hacelo esperar vos a él, armate otro plan”. Y me mató. Tenía razón en algún punto, no iba a perderlo por irme a la casa de una amiga, no necesitaba esperarlo en la ventana, pero fue la humillación lo que me cambió de una vez y para siempre. Lejos de convertirme en una mujer empoderada e independiente, me convertí en una mujer debatida entre dos posturas. Lo que quería y lo que se suponía que debía hacer. Supongo que de una u otra forma iba a llegar a ese dilema.

A decir verdad, nunca lo resolví. Pasan los años y el amor se transforma, cada vez más, en una experiencia antagónica. Ni se me alinean los planetas, ni el mundo me sonríe, ni la neurosis se me aplaca. Todo se vuelve tensión y miedo.

Hay gente a la que se le da bien el amor, otros lo estudiamos.

 



[1] Personaje de “Los Simpson”. Tuvo su primera aparición en el episodio Homer's Enemy.


domingo, 7 de febrero de 2021

Triste, solitario y hater.

 




Por Maite Pil. 


    Hace un momento me crucé en Facebook una publicación de la venta de un sillón a tres mil pesos. El dueño aclaraba - además de que en las fotos se podía apreciar- que era para retapizar. Abajo, una catarata de comentarios: "Cómo vas a venderlo a ese precio", "Qué ladri", "Encima pretende que lo retiren hoy", etc. Me pareció una locura ese claro ataque en manada. ¿Por qué esa indignación sobre algo que, uno pensaría, no los afecta en nada? 

    Este es un fenómeno que viene in crescendo en las redes sociales, los denominados haters llegaron para quedarse. Ahora, más que analizar esta manifestación en su dimensión virtual, y ponerme a pensar en la impunidad que garantiza el anonimato, prefiero hacerlo por su reverso. No creo que sea casualidad que esta dinámica se haya instalado en tiempos en los que los vínculos ya no fundan un compromiso. Las relaciones se basan, cada vez más, bajo la premisa de lo dado, es decir, no hay una construcción subjetiva ni un reconocimiento del otro como tal; lo incorporo en tanto se adapta a la dinámica establecida. 

    Seguramente todos recuerden la frase que se le atribuye a Groucho Marx: "Estos son mis principiosSi no le gustan, tengo otros". Más allá de la evidente ironía con la que trabaja la integridad, podemos pensarla - por qué no- como una reflexión sobre el costo vincular: lo inmutable no hace lazo. Hoy, a más de 30 de esa frase, lo que predomina es la cultura del desapego emocional. Soltar es la vedette del siglo y al que no le guste, que se joda.   

    Es por esto que pienso que el odio en las redes sociales es una suerte de desplazamiento patológico de aquello que se sofoca o se veda en las relaciones actuales. En la medida en que la deuda que funda a los vínculos sea el no deberse nada -es decir, un costo cero- no podrá revertirse este fenómeno.