domingo, 21 de junio de 2020

Mujer on demand.









Por Maite Pil. 


A propósito del día del padre, me puse a pensar en cómo, madres y padres de mi generación, estamos atravesados por un ideal de familia posmoderno, neoprogresista y feminista. Hace treinta años atrás, a una mujer separada se la pensaba de otra manera, se la pensaba desvalida, perjudicada,  pobre, sola con los chicos, no sé cómo hace. Ahora, muy por el contrario, se pone en valor otro aspecto: el tiempo sin los hijos. Qué bueno que te separaste, tenés días para vos
También el rol del padre se ha visto modificado, ya no estamos frente a hombres que no saben qué hacer con sus hijos, que se resisten a habitar el mundo infantil, más bien, todo lo contrario; son padres híper lúdicos que se desembarazaron de la figura estrictamente autoritaria. 

Pero no todo lo que brilla es oro, siempre hay conflictos. Algo que hablo mucho con mis amigas, las que también son madres, es cómo hacer para poder encarnar ese rol de madre/mujer, ese que tenemos por ideal, sin sentirnos culpables o, simplemente, sin sobreactuarlo. Recuerdo, cuando trabajaba en relación de dependencia, encerrarme en el baño de la oficina a llorar porque me estaba perdiendo un acto escolar de mi hija. Y, en esas situaciones, la angustia es doble. No sólo no puedo estar con ella sino que la elección que me lleva a perderme eso (ser independiente, que mi vida no se reduzca a ser madre, tener otras responsabilidades igualmente válidas, etc.) no alcanza para mitigarla, no es suficiente. Angustia la angustia. 
Este es un punto que me parece interesante para pensar, al que le dedico mucho tiempo: no estoy obligada a hacer uso de todos mis derechos. Ni como mujer ni como madre. Parece una obviedad, pero no creo que lo sea. Y otro aspecto no menor: una elección no es solamente ganancia, también hay pérdida.

Hay un deber ser, que se desprende de algunas corrientes feministas, que puede resultar un tanto aplastante. Que nos exige actuar en la intimidad aquello que se reclama y se defiende en el ámbito público. Lo paradójico de esto es que anula subjetividades y nos vuelve a llevar a una trampa, la de (otra) mujer hegemónica. La obligación, en todo caso, como actores sociales, radica en no abandonar la lucha colectiva. 

Por eso me parece central desarrollar en el territorio habitado, que es íntimo pero también político, espacio para el deseo, el propio, aunque cueste, aunque desentone, aunque nos enfrente con contradicciones irresolubles. Porque, en definitiva, toda lucha es una lucha por la felicidad y la libertad.

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domingo, 7 de junio de 2020

A las corridas.










Por Maite Pil.

Ahora en CABA está permitido salir a hacer actividad física por las noches. Perfecto, a mí no me cambia en nada, pensé. Hasta que empecé a leer en las redes sociales que era la ventana de oportunidad perfecta para salir a tener encuentros amorosos. Y me angustié, peor incluso que la angustia, sentí miedo. Porque entonces ya no es que estamos todos en la misma. Se me vino la imagen de miles de amantes a las corridas, en busca de un poco de placer, tocando puertas ajenas. 
Ahora, ¿será realmente así o se tratará, simplemente, de una fantasía que queda en el plano virtual, una máscara que posibilita la transgresión?

Me pregunto, además, cómo funcionaría. Me imagino la situación, un primer encuentro en este contexto, me coloco en ella, yendo a la casa de un muchacho. Estoy en la entrada del edificio con el barbijo puesto. ¿Cuándo se supone que me lo tengo que sacar? ¿Antes de que abra la puerta, cuando lo veo salir del ascensor, o arriba después de haberme lavado las manos? Y si me lo saco arriba, ¿lo saludo con un beso cuando salgo del baño o ya fue? 
De por sí una primera cita no es fácil, ¿encima esto? 


Más allá de lo ridículo de la escena, porque todas las citas lo son, lo que verdaderamente me interesa pensar es otra cosa: cómo lograr el pasaje de un otro como potencial portador del virus, a un otro para la intimidad. 
Porque, en definitiva, es eso lo que da miedo, estar frente a lo íntimo.