Por Maite Pil.
Como muchos de ustedes ya se han enterado, Jimena Barón sacó un nuevo tema, "La cobra". El primero, "La tonta", cuenta, básicamente, cómo ella se siente una tonta por haber creído en el amor de un hombre; amor que no era tal, o amor que la dejaba a ella en un lugar indeseable. Es sabido que ese tema está basado en la experiencia que tuvo con el padre de su hijo. Desconozco los detalles de dicha relación, pero evidentemente las cosas no terminaron bien. "La cobra", entonces, viene a ser la superación de aquella historia, devenida en canción, que se inicia con ese sentimiento de ser una boluda - esto lo dijo ella en una entrevista-.
Es muy entendible y supongo que casi todos podemos empatizar con cierto sentimiento de estafa que puede generar el haber apostado amorosamente a una relación y ser traicionado. Y entonces aquí se da, también, una suerte de falsa doble victimización, porque no sólo se ha sido estafado sino que además se siente culpa por haberlo sido; como si ser tonta fuese la condición anterior a la estafa y no, el sentirse tonta, su efecto.
La primera fantasía que se desprende de esto es, entonces, que con habilidad e inteligencia uno puede salvarse de un dolor o de una decepción amorosa. Tal vez esos atributos sirvan para los negocios y la timba financiera, pero en el amor y los vínculos, la cosa pasa por otro lado. Digo falsa doble victimización porque o se es víctima o se es responsable. De alguna forma esta canción, aunque creo que no era su intención, exime de responsabilidad al otro y le carga todas las tintas a la propia estupidez. Y hay chicas que la cantan como si fuera un himno feminista...
Bueno, volvamos a la "La cobra":
Soy la cobra que se cobra todo lo que hiciste, bebé
¿Pensabas que era gratis lastimar?
(...)
A ver si ahora te animás
Que me hice piedra de tanto aguantar
Que tanta mierda me hizo hasta engordar
Y crezco y crezco, y me hice grande (Uh)
Ya te puedo aplastar, ay.
Que me hice piedra de tanto aguantar
Que tanta mierda me hizo hasta engordar
Y crezco y crezco, y me hice grande (Uh)
Ya te puedo aplastar, ay.
Una épica de la amenaza y la venganza. Ahora bien, en un ámbito mafioso, por ejemplo, ambas conductas tienen un sentido. La amenaza busca, infundiendo miedo, obtener algo. La venganza, en cambio, es un acto aleccionador. Pero no para el objeto de la venganza, alecciona al resto, a quienes observan el despliegue; es una demostración de poder.
En el ámbito amoroso, por otra parte, la amenaza y la venganza no existen. ¿Con qué se amenaza a alguien que ya no te quiere? ¿Cómo se venga uno de aquel que se fue?
La amenaza y la venganza son fantasías defensivas. Creer que en tres meses te lo vas a cruzar en una fiesta y vos vas a estar hecha una diosa y él se va a querer matar por haberte dejado, te puede servir de consuelo un ratito. No tiene nada de malo fantasear con esas escenas, pero no son una solución en sí mismas. Todo lo contrario, son la demostración plena de que el duelo no ha concluido. Cuando uno duela un vínculo, ya no recurre a esas escenas de supuesta satisfacción. La satisfacción está en otros lados, en otros amores.
Confundir al dolor con ser víctima y al resentimiento con empoderamiento son dos lujos que no podemos darnos.