Por Maite Pil.
Hace un tiempo hablando con una mujer, cuya identidad prefiero preservar, contándole de mis torpezas amorosas y encuentros fallidos, me dice pero vos ya tenés una hija, no rompas las pelotas, yo vengo primero. Como si el destino, Dios o el universo, manejara un sistema donde a las mujeres se nos fuese ubicando por orden de prioridad. Una suerte de lista de espera de donación de órganos.
Al tiempito de este breve e infructuoso intercambio de desgracias, vi un episodio de una serie, que creo ya les he recomendado, Easy. En este capítulo -porque cada uno es una historia diferente- la protagonista, una mujer de unos treinta y pico, se separa del novio y cae en la cuenta de que no le quedan muchos años para conocer a alguien, consolidar el vínculo y tener hijos. Digo cuenta porque es un aspecto fundamental en estos casos, empieza a correr el contador del poder quedar embarazadas y eso dificulta ubicar al deseo.
Cuando terminé de ver el capítulo tuve una sensación de alivio tonto y pensé: qué suerte que ya tengo una hija, de todas las angustias que existen en este mundo hay una que no voy a transitar; me salvé de contar años fértiles.
La verdad es que yo nunca tuve el objetivo de ser madre, de tener un hijo, formar una familia, casarme, etc. Emergió como deseo en un momento determinado, con una persona determinada, y tuve la suerte de quedar embarazada en el primer mes de intento.
Quiero aclarar, antes de continuar, por si no quedó clara mi postura, que bajo ningún punto considero que todas las mujeres atraviesen esta angustia ni que deban hacerlo. De ninguna manera creo que toda mujer deba ser, o deba desear ser, madre.
Hecha la aclaración correspondiente, me interesa pensar en lo siguiente: cómo repercute la maternidad - la deseada o la consolidada- en el vínculo con los hombres y en la concepción de deseables que manejamos las mujeres.
Cuando me separé y retomé diálogo con algunos hombres de mi pasado, un poco la pregunta que sobrevolaba a las conversaciones, que no se animaban a formular del todo, era, básicamente: ¿Seguís cogiendo como antes? ¿Qué cambió?
En el caso de la mujer que cito al principio, la pregunta que sobrevuela -en la fantasía femenina, al menos- es otra y sería la siguiente: ¿Querés coger aunque no te embarace?
Y conozco hombres que no son padres, que desearían serlo, que ya pasaron los treinta largos, que no se preguntan ni se cuestionan si eso los hace más o menos deseables. Y no pasa porque el hombre sea fértil, digamos, en términos generales, durante toda su vida. Porque piensan, también, y con tino, que tener un hijo a los setenta años sería un cachito absurdo.
Concluyo, entonces, que si bien me ahorré, como dije antes, una angustia, para ponerlo en esos términos, todas las mujeres, pasada cierta edad, estamos sujetas a un miedo. Y el desafío no pasa por internarse en un gimnasio, hacer dietas insoportables, operarse el culo o congelar óvulos. Quien tenga la voluntad que lo haga, obviamente. Pero el desafío, entiendo yo, consiste en entender que el deseo trasciende al cuerpo. Que se puede ser madre sin gestar, que se puede erotizar sin ser joven.
Y cuando todo se mezcla porque, cómo no hacerlo, la madre y la puta llegan a donde llegan haciendo lo mismo, tener en claro que no es necesario elegir. No hay contradicción alguna allí. Y quien crea que sí, deberá revisar su propio deseo.