domingo, 27 de mayo de 2018

De puta madre


Por Maite Pil


Al tiempo de que mi vieja murió decidí ser madre. Es un poco de manual, lo sé. Con un hombre que ella jamás hubiese aprobado, aunque pensándolo bien, no aprobaba a ninguno. Y pensándolo mejor, no me aprobaba a mí enamorada.
En vida, le reproché muchas veces que nada me haya enseñado sobre el amor. Ahora, ya no me identifico con ese reproche. Ni siquiera es cierto. Yo tampoco sé qué puede o debe enseñar una madre sobre amar.
Una tarde de domingo estábamos sentadas en el living y me dijo “el obrero no coge como el intelectual”. Y no explicó nada más. Yo simplemente escuché y ella, que no sumó información, hubiese querido agregar: cuando el intelectual coge. Eso era lo que me quería decir y logró decir con su silencio mortal muchos años después: ojo, no siempre se pueden satisfacer ambos deseos. Y tenía razón. Ahora entiendo mi enojo, en ese no siempre yo encontraba un nunca.
Por eso me separé, porque no siempre. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Enamorarme de un obrero que no coja?
Esto me recuerda a una anécdota con mi hermana y su amiga, donde me contaban que en un viaje conocieron a dos amigos y no concretaron el acto sexual porque ninguno de los dos logró una erección. “Debe ser algo que comieron” les dije refiriéndome a ellos. Esa frase quedó para la historia. Yo quería que no buscaran en ellas la respuesta a la impotencia; y que no la buscaran tampoco en ellos. Convertir al episodio en un absurdo. Pasar al siguiente tema.

“La histérica se interesa (...) por las cosas del amor”: Qué loco. Mi vieja me decía que tenía que ser más histérica. Era psicoanalista, sabía de lo que hablaba, podría haberme dicho que sea más seductora, pero eligió decirme histérica. Me lo dijo en la cocina, sentadas en la mesa roja, donde pasaba casi todo. Yo le estaba contando que me iba a encontrar con un hombre, un músico, mientras me desataba el rodete y jugaba con mi pelo. “Así estás bárbara, tenés que ser más histérica” fue la frase completa. Ese día le gusté a ella. A él no sé, no me acuerdo.

Ahora estoy separada. En su momento, dejé análisis para poder continuar con esa relación. De alguna forma, se me presentaban incompatibles. Sospechaba que había algo que sólo iba a poder alcanzar de esta manera, poniendo el cuerpo. Para ser madre y para ser amada. Creo que no me equivoqué.
Ahora, es domingo y no tengo novio. Pero no me vuelvo loca. No miro a la vaca y lloro, tampoco. No miro más a las mujeres preguntándome cómo lograron ser amadas. No miro a mi hija y siento culpa por desear a los hombres. No miro a los hombres con vergüenza por desearlos. No recuerdo a mi vieja como esa mujer que no me enseñó nada.
Ahora es domingo y me la paso de puta madre.

domingo, 20 de mayo de 2018

El acoso de las fantasías


Por Maite Pil

El acoso de las fantasías de Slavoj Zizek es un libro que me compré estudiando psicología porque extrañaba la crítica de cine, y que releí las mil veces que sentí culpa de haber dejado psicología por mirar películas. Se puede decir que lo único que no dejé de hacer, en estos 13 años, es consultarlo. L.L. me dijo: “Me gustaría escucharte comentar ese libro o que escribas al respecto”. Y yo, mientras fantaseaba en escribir lo que efectivamente estoy escribiendo, pensé: “Y a mí que no me cuesta nada responder al gusto de un hombre”, e inmediatamente, como ya confesé, caí en la dimensión de lo que estaba diciendo: hay un costo. Luego sentí un profundo arrepentimiento por mi respuesta inmediata (con un episodio muy neurótico que no voy a citar) y el modo en que encaré todo el asunto. Tal vez debería estar contándole, abriendo paso a otro escenario, en lugar de estar escribiéndole. Me justifico y pienso que esta forma de diálogo-escritura es el apoyo fantasmático que me habilita.
Esta introducción, que parece un poco descolgada, no lo es en absoluto. Zizek recorre todas estas cuestiones, y muchas más, a partir de tres ejes centrales abordados desde el psicoanálisis lacaniano: la ideología, el cine y la mujer. O sea, la vida misma.
La fantasía, dice S.Z., no es simplemente la realización alucinatoria de un deseo sino más bien aquello que nos enseña cómo desear (en este sentido coloca a la fantasía en el mismo lugar que al cine, como bien lo expresa en el documental “The pervert´s guide to cinema”). ¿Y el deseo? El deseo no responde a la pregunta de qué quiero sino ¿qué quieren los otros de mí?... ¿Le da lo mismo a L.L escucharme comentar el libro que leerme?
No hay forma de hablar de ideología sin hablar de poder, sin hablar de sexualidad. En este libro, al menos. Es justamente a partir del comentario que hice sobre los verdugos, y la culpa como plus de goce, que lo llevó a L.L. a hacerme esta invitación.
Z. introduce en la primera parte del libro una serie de conceptos lacanianos que utiliza para explicar diversos conflictos políticos, la xenofobia y la caída del comunismo, entre otros. Uno de ellos me parece de gran utilididad para pensar “la grieta argentina”: El robo del goce. Y cito: “Lo que ocultamos, al culpar al Otro del robo de nuestro goce es el hecho traumático de que nunca poseímos lo que supuestamente nos ha sido robado: la falta (“castración”) es originaria, el goce se constituye a sí mismo como “robado” // “el odio del goce del Otro es siempre un odio de nuestro propio goce. ¿No es acaso esto lo que sucede con la fiesta kirchnerista? Devuelvan lo que se robaron, se acostumbraron a vivir bien, hay que agarrar la pala y ponerse a laburar... pero también cosas más banales pero no menos simbólicas como el choripán y la coca.
La segunda parte del libro aborda los nuevos medios de comunicación y el cine. Trae entonces a la serie Columbo y la figura del detective para explicar el “sujeto supuesto saber”. Nos entregamos con fascinación al desarrollo de la investigación porque el resultado está garantizado, él ya lo sabe. Y en este sentido, el paralelismo con la figura del analista (transferencia mediante) es inevitable: el analista sabe el deseo inconciente de su paciente. ¿L.L. sabrá el mío? ¿Será por eso que me hizo escribir esto? Aunque él no es más mi analista. No, no puede ser.
Llegamos al ciberespacio (como lo denomina S.Z. de un forma un tanto aparatosa). Descentramiento: es básicamente lo que pasa cuando escribimos “jajaja” pero no nos estamos riendo. No se trata simplemente de fingir una emoción o dar una imagen falsa de sí mismo, es que son verdaderas también. Yo dije “jajaja”, no hay falsedad en el dicho. Los botones de facebook son el ejemplo más acabado de esto. “Me enoja” no implica que efectivamente esté experimentando la sensación del enojo. Pienso que me enoja, que es tan verdadero como enojarse. Con el “Me gusta” la cosa se pone más complicada. Para quien lo recibe y para quien lo da: ¿Le gusto yo, “mi verdadero ser”? ¿Le gusta la foto en la que aparezco o le gusta la foto porque aparezco? Y acá voy a salirme un poco del guión y confesar que facebook me hace gozar como loca: es el espacio por excelencia para fantasear.
Por último, y no porque sea menos importante sino porque el orden del libro así lo establece, está la tercera parte: “La mujer que insiste”.
“No hay relación sexual”- Por ahora, pensarán ustedes. Pero no. No se trata de eso. La cosa sería más o menos así: mientras que la mujer con su amor pretende convertir al hombre en una presencia fálica completa, el hombre busca reducir a la mujer a la causa de su deseo. Digamos, cada cual atiende su fantasía. Se pregunta: ¿Es el goce de la mujer reducible a un simple efecto, a una mera consecuencia de lo que el hombre le hace? No todo (por inconsistencia no por incompletud). Antes de avanzar en este sentido debo decir que ni cuando lo leí la primera vez ni en las demás relecturas percibí machismo en sus postulados. En tal caso si lo hubiera, se encuentra en el hecho analizado y no en su postura analista. Aunque bien puede ser debatible en otra ocasión.
Continúo: “En la reacción de una mujer siempre hay algo imprevisto, la mujer no reacciona nunca en la forma esperada (…) el orden lineal de la causalidad se rompe”. Tal vez estar escribiendo esto resulte imprevisto para L.L., capaz lo dijo por decir, no había realmente un pedido en su “me gustaría”. Lo que puede llevar a que, efectivamente, se salga del condicional y no le guste. Y a propósito de esto leo una nota al pie de página que tengo subrayada y dice que “el carácter repulsivo del analista encarna la resistencia del analizado”. Pero ya establecimos que ni yo soy su paciente ni él es mi analista.
Sigo avanzando en el libro y me encuentro con una frase subrayada con lapiz, luego con lapicera y con un tercer color tiene dibujado un signo de exclamación al costado: “Los obstáculos externos que impiden nuestro acceso al objeto son precisamente los que crean la ilusión de que sin ellos el objeto nos resultaría directamente accesible”.
Si no le hubiese contestado lo que le contesté no hubiera dinamitado toda posibilidad de comentarle en vez de escribirle.