Por Flor Bea
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Tengo las fotos que tomé desde el balcón de tu casa. Los
edificios de enfrente salieron muy lindos. Con buhardillas todos ellos; pero me
gusta observar lo diferentes que pueden llegar a ser los marcos de las
ventanas. Nuestra ventana era más amplia, tu edificio era demasiado nuevo. No
importa. Tu sillón era naranja y eso compensa que no hayamos hecho el amor en
una típica buhardilla parisina.
Las buhardillas de París ya no se encienden por las
noches, sin tus uñas.
En el sillón naranja te escribía mensajitos en Facebook que
los leías desde tu computadora, al lado mío, en tu silla de escritorio. Y me
respondías los mensajitos también por escrito diciéndome que el naranja me
quedaba hermoso. Y que dejara de jugar y me pusiera a escribir. Pero yo (te)
estaba escribiendo.
El kilo de naranjas a 3.99 euros en París ya no es
jugoso, sin tus uñas.
Entonces nos sentamos en el sillón color ladrillo de dos
cuerpos y ocupamos solo un cuerpo y medio del sillón con tu cuerpo y el mío. Y
miramos cuatro películas en blanco y negro en una misma noche. Y todo estaba
apagado en París excepto nuestra computadora-pantalla-cine y la torre de
Eiffel. Pero…
Las luces de la torre de Eiffel ya no se encienden por
las noches, sin tus uñas.
Entonces me quisiste hacer los masajes que aprendiste cuando
viviste en Tailandia con tu familia. Te entregué mi pie izquierdo. Lo amasaste
orientalmente. Y ahí fue cuando nos acordamos de terminarnos la comida china de
la noche anterior.
Las tiendas de comida china en Montmartre ya no me llenan
de saliva la boca con su olor, sin tus uñas.
Por suerte ya habíamos terminado de comer cuando yo tiré mi
cabeza para atrás para reírme más cómoda y vos cambiaste de pie y quisiste
olerlo y olerlo. Y bromeamos que lo mordías y lo comías y lo lamías y lo
untabas y lo chupabas y lo devorabas.
No, los quesos franceses en París ya no son ricos, ni
siquiera caros, sin tus uñas.
Y dejaste de mirarme para poner play de nuevo en la
película. Pero a tu mano la dejaste en mi pie derecho y ahí empezaste y no
paraste. Y es el día de hoy que no paraste. Mientras, afuera llovía, como cada
noche, y tu balcón estaba, hacía meses, mojado.
París ya no es gris y lluviosa; ahora ni siquiera tiene
clima, sin tus uñas.
Me rascaste suavemente (si es que a esa caricia única puede
llamársela rascar) a cada lado de mi pie, del empeine y de la planta, porque ya
no te importaba mostrarme lo que habías aprendido en Tailandia. Y ese roce de
tus uñas con mi piel todavía algunas mañanas me despierta, y me miro los pies a
ver si tienen tu mano.
Los locos sueltos de París están más perdidos(,) sin tus
uñas.
Y yo ya no estoy en París…
Y yo no estoy, sin tus uñas.
Well written job. Must be bookmarked:)
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