miércoles, 7 de noviembre de 2012

París, sin tus uñas

Por Flor Bea
 
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Tengo las fotos que tomé desde el balcón de tu casa. Los edificios de enfrente salieron muy lindos. Con buhardillas todos ellos; pero me gusta observar lo diferentes que pueden llegar a ser los marcos de las ventanas. Nuestra ventana era más amplia, tu edificio era demasiado nuevo. No importa. Tu sillón era naranja y eso compensa que no hayamos hecho el amor en una típica buhardilla parisina.
Las buhardillas de París ya no se encienden por las noches, sin tus uñas.
En el sillón naranja te escribía mensajitos en Facebook que los leías desde tu computadora, al lado mío, en tu silla de escritorio. Y me respondías los mensajitos también por escrito diciéndome que el naranja me quedaba hermoso. Y que dejara de jugar y me pusiera a escribir. Pero yo (te) estaba escribiendo.
El kilo de naranjas a 3.99 euros en París ya no es jugoso, sin tus uñas.
Entonces nos sentamos en el sillón color ladrillo de dos cuerpos y ocupamos solo un cuerpo y medio del sillón con tu cuerpo y el mío. Y miramos cuatro películas en blanco y negro en una misma noche. Y todo estaba apagado en París excepto nuestra computadora-pantalla-cine y la torre de Eiffel. Pero…
Las luces de la torre de Eiffel ya no se encienden por las noches, sin tus uñas.
Entonces me quisiste hacer los masajes que aprendiste cuando viviste en Tailandia con tu familia. Te entregué mi pie izquierdo. Lo amasaste orientalmente. Y ahí fue cuando nos acordamos de terminarnos la comida china de la noche anterior.
Las tiendas de comida china en Montmartre ya no me llenan de saliva la boca con su olor, sin tus uñas.
Por suerte ya habíamos terminado de comer cuando yo tiré mi cabeza para atrás para reírme más cómoda y vos cambiaste de pie y quisiste olerlo y olerlo. Y bromeamos que lo mordías y lo comías y lo lamías y lo untabas y lo chupabas y lo devorabas.
No, los quesos franceses en París ya no son ricos, ni siquiera caros, sin tus uñas.
Y dejaste de mirarme para poner play de nuevo en la película. Pero a tu mano la dejaste en mi pie derecho y ahí empezaste y no paraste. Y es el día de hoy que no paraste. Mientras, afuera llovía, como cada noche, y tu balcón estaba, hacía meses, mojado.
París ya no es gris y lluviosa; ahora ni siquiera tiene clima, sin tus uñas.
Me rascaste suavemente (si es que a esa caricia única puede llamársela rascar) a cada lado de mi pie, del empeine y de la planta, porque ya no te importaba mostrarme lo que habías aprendido en Tailandia. Y ese roce de tus uñas con mi piel todavía algunas mañanas me despierta, y me miro los pies a ver si tienen tu mano.
Los locos sueltos de París están más perdidos(,) sin tus uñas.
Y yo ya no estoy en París…
Y yo no estoy, sin tus uñas.

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