viernes, 12 de octubre de 2012

A Fabulous Kisser

Por Flor Bea

 
Como me termina pasando con todo en esta vida, de las citas también acabo cansándome. Me aburro de todo. Pero no voy a hablar de que me aburro de todo, voy a hablar de otras citas que tuve en Barcelona.
Estaba yo sola en Barcelona. Sería muy largo contarles cómo es que él llegó a invitarme a salir esa tarde barra noche, pero el punto que es quedamos en tal esquina a tal hora. Demoró porque se perdió en las curvas de Terrassa (Terrassa queda a cuarenta minutos en tren de Plaza Catalunya en BCN). Me llamaba al celular para decirme que estaba cerca pero que no encontraba exactamente la esquina. Bueno, no importa. Eso sí, qué coche será que tenés, digo, al menos para levantar los brazos y sacudirlos en alto si te veo venir a lo lejos. Pero no le pregunté por el coche: un segundo antes de la pregunta que no fue, me incomodé yo misma, como si no fuera una pregunta práctica, como si fuera a juzgar. Llegó. Ahí pensé: suerte que no le pregunté qué auto tenía. Era un BMW negro descapotable. Específicamente, el M6, con la música alta aunque no mucho y otros gestos para no pasar desapercibido. En cada semáforo brindábamos tema de conversación a la gente. Sí, no era muy cómodo, yo no tenía ganas de vidrieras en mi noche.
Fuimos a la terraza de un hotel ubicado justo en una esquina de Barcelona, muy cerca de la Sagrada Familia. La vista era hermosa. Tomamos vinos y comimos quesos, y probé ahí por primera vez la comida más típica de ellos: el pan con tomate (parece una boludez pero es una delicia, chorrea aceite de oliva y eso es lo mejor). Me contó entonces que estaba casado. Bueno. Más pan con aceite y tomate, pensé. Me mostró las fotos de su mujer, una rusa que se casó con él solo para obtener la nacionalidad española. Me explicó que lo hizo porque él sí la amaba aunque sabía que ella no. Bueno, y más vino, por favor. Cuando salimos de la terraza, mientras esperábamos el ascensor que iba a llevarnos a la planta baja, me regaló un chupetín con forma de corazón, sonrió y me mostró que él tenía un chupetín gemelo en su mano. Se rió con ruido y me entregó el suyo también. Yo quise llorar pero le sonreí.
Regresamos por la autopista, esta vez con el techo cerrado porque el viento de la noche entonces iba a ser demasiado. Tres cuadras antes de mi casa (yo estaba parando en Terrassa, él era de Terrassa, fue una de las coincidencias que hizo posible la cita) frenó el coche para mostrarme más fotos de su Iphone. Sí, la modelo que lo acosaba pero que él prefería tener lejos “porque son chicas hermosas pero peligrosas, mirala, ¿no es un bombón?”.
¿A qué fuimos? Quiero decir… ¿qué hacíamos él y yo un domingo por la noche en una terraza romántica de Barcelona gastando tanto dinero en quesos y vinos, rodeados de parejas que parecían amarse (aunque eso casi siempre es más un parecer que un ser) y de japoneses que tomaban fotos a la increíble vista? ¿En qué momento él decidió cambiar el discurso, decidió dejar de mirarme a mí para mirarse a sí mismo? Sí, es cierto, a mí no me gustaba, y debe de haberse dado cuenta, y entonces cambió los planes. Pero quiero preguntar: ¿es válido cambiar los planes en medio de la cita? ¿O deberíamos jugarla hasta el final? ¿Está bien transmitirle (ni idea de qué modo lo hice…) que no me gusta en la primera hora o debería mantener las expectativas hasta el final y luego decirle: no, hoy no porque ya es tarde y no sabía que podía no volver a mi casa… pero llámame en la semana, ok? (aunque esté mintiéndole)?
Sé que cambió los planes y no que yo tampoco le gusté a él porque ya en la puerta de mi casa, los dos parados al borde de su coche, me dijo: mira que aunque soy feo beso como ningún hombre que has besado en tu vida besa, ¿no quieres probar? Soy fabuloso en eso.
¿Eh??? ¿¡Esos modos de jugarse una última carta!? Pero después de la modelo y tu esposa y el gusto a queso que debés de tener… No, gracias, la verdad es que no quiero probar.
Y así fue como las últimas semanas me fui cansando… No me comí ningún chupetín, se los dejé de regalo a la pareja que me hospedaba en la casa de Terrassa. Aunque debo confesar que dudé de si regalarlos o acaso no usarlos para practicar... anyway.

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