“Había muchas otras emociones que no eran amor
pero se hacían pasar por amor”.
Los enamorados, Alfred Hayes
El pasado viernes 27 por la noche volví al Cineclub MonAmour para salir un poco pero sentirme como en casa al tiempo. Por supuesto había elegido una película de amor para ver: “Bellflower” (Evan Glodell). Esa noche, me encontré, de hecho, con una película de amor. Sin embargo, la ópera prima de este director tiene algo que hace que a la hora de escribir esto me replantee el género de la película y si la palabra “amor” cabe en algún lugar, en alguna escena, en algún personaje.
Por un lado, lo apocalíptico está latente durante todo el film (que, dicho sea de paso, fue realizado con tan sólo 17.000 dólares). Por otro lado, la violencia y la tragedia impactan en escenas que te sacuden por dentro o por fuera. Pero volviendo al amor, encuentro primero la conquista (en un bar, entre cervezas), luego la primera cita (con regalos de ambas partes y todo), después el disfrute (la sonrisa, la carreta, el viento que se deja atrás y se toca a través de la ventanilla abierta) y por último, la debacle: los celos, las peleas, las rupturas, la anticipación al hecho de que aquello no funcionará porque uno de ellos dañará al otro. Pero peor y por sobre todo: la terrible autodestrucción en la que lo destruido es el alma, el cuerpo y la mente. Entonces, la soledad en el amor pero la compañía del mejor amigo, colega en el proyecto de vida que parece mantener a estos personajes vivos y que no es otro que irse, partir.
A mí me resultó terriblemente amarga, devastadora y esa noche no quise hablar más. Ni siquiera pude comprarme un helado en la heladería de enfrente del cine porque no hubiera podido pronunciar de qué tamaño o precio lo quería, ni los gustos.Esto no es una crítica negativa a la película. Tal vez sea el resultado de ir el viernes al cine a ver una “película de amor” y que hoy sea domingo y… Ah, antes de que me olvide: era función única. Pero vale la pena chequear la programación del lugar para seguir encontrando sorpresas y joyas.
Por último, me gustaría cerrar esto con lo que el cineclub había puesto en su flyer:
“No es ni más ni menos que una historia de amor, que pasa por nuestros ojos como una catarsis espiritual por medio de un estilo visual que prácticamente consigue que arda la pantalla al proyectarse el film, como lo hacen los recuerdos de un pasado que cuando duele no queda más remedio que dejarlo atrás, aunque siga doliendo”.
Yo sigo sin palabras, por eso me permití tantas citas. Sabrán disculpar.