sábado, 15 de octubre de 2011

Amor ave y otras carnes

Por Flor Bea

Hoy quería recordarte, Amor, los huevos de pato que compramos envasados y pudimos soltar al mundo.
Por cada huevo de pato en el mundo hay una pareja.
El huevo de pato cabía perectamente en el hoyo de la palma de tu mano. Yo hice tapa con la palma de una mía. Quedó guardado el huevo de pato entre ambas manos que nos contenían.


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Si explicáramos a un científico que nosotros cabíamos enteros en un huevo de pato que guardábamos entre nuestras manos, nos echaría del mundo. Pero vos y yo vivíamos dentro de un huevo de pato, Amor, no lo olvides.

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El día de la primavera -y el canto y la brisa- cuando bailamos entre flores celestes y rojas, estábamos despintados. Es que siempre hay cadáveres lamiendo nuestras tintas.
Pero, Amor, hay silencios humilllantes: esa vez no era mi lengua quieta.
Era el kilo de lengua que compré y pinté de rojo de un lado y azul del otro. Ensuciamos todo y así todo, vos no entendiste mi cocina.

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Si la Iglesia se enterara de la vida dentro de los huevos de pato prohibiría a los patos poner huevos y antes también prohibiría. Porque quienes viven dentro de un huevo de pato se aman, Amor, enterate: se aman.

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Quedaba la posibilidad de la receta: filetear la lengua y sellarla de un lado y otro o ponerla en una olla con agua hirviedo y que se ablande, y que se ablande.
Opté por el agua hirviendo. Le puse al agua anilina para teñir la lengua y te fuiste antes de la cena porque, aun sin prisa, siempre te ibas. Siempre te ibas.
Amor, siempre te ibas, aun diciendo que todavía valía la pena perder tanto color disuelto en agua que hierve hierve y se evapora.

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Ahora que han pasado algunos días y algunos patos, me pregunto si la caca del pato que puso el huevo donde nosotros vivíamos era del mismo color que el huevo mismo. Amarilla, amarilla, tan amarilla como la diarrea del pato feo.
A pesar de todo, nadie puede cagarse en un huevo de pato. Pero todos nos cagamos en los jodidos que no nos dejan vivir, Amor, felices, en un huevo de pato.

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¿Viste que sí yo era capaz de vivir en un mundo gelatinoso? Deberías haberme creído cuando te dije  que por vos yo me tragaba hasta un pato. Pero, Ducky, yo no voy a quedarme donde estoy: esto es nada y afuera no te encuentro.

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Cuando vos y yo separamos las manos, yo lamí la baba de huevo de pato que me había quedado en la palma. Ahora todo vuelve a estar en la lengua.
Todo, que es apenas un poco de flujo espeso que no se traga ni se escupe.

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Inventemos un verbo para quedarse, pero irse, pero estar, que me lleve al lugar donde estés, o yo, Amor, no se cómo se dice seguir.

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Amor: cuando estabas sentado a mi lado y mi presencia era una babosa en sal gruesa, no era por el flujo en mi lengua del huevo perdido; era por el dolor del pato todo. Todo el pato, Ducky, el pato entero digo.
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Y al final, comprendí que pagar los patos rotos era hacer patos que vuelen y mirarlos yo desde abajo rota.

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Mi problema siempre fue no aprender a estar vacía mientras los patos vuelan y las lenguas saben sabrosas en colores.



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