Por Maite Pil
En el enamoramiento se da un doble juego de miradas. No es simplemente una atracción hacia lo que vemos sino que a la vez somos atraídos por la mirada que el otro nos devuelve. Es un juego de reflejos.
No puede existir amor si no hay un otro que esté dispuesto a devolvernos la mirada. Una mirada que nos redefine, que nos dice quién somos de un modo que nos deja fascinados.
El psicoanálisis postula que el amor es siempre recíproco justamente por esto. Entendido así, creo que la mejor manera de respondernos ante la pregunta de qué es el amor, es pensarlo como un vínculo. Si hay algo de sentimental en el amor, no es un sentimiento, son dos.
Todas esas veces que creímos estar amando solos, en realidad, estábamos haciendo otra cosa. Ese sentimiento que no es compartido no puede ser nunca amor...Será deseo, tal vez.
Cómo captar la mirada del otro es una pregunta inevitable y un tanto inútil. No creo que haya forma de saberlo. Sin embargo, en los juegos de seducción se percibe algo de esto, de la importancia de la mirada. Se genera un movimiento que va del estar a la vista de a un salirse de escena. Pero no hay recetas mágicas.
Para entrar en el juego de reflejos debe haber un resto o, para decirlo en términos lacanianos: “Para que alguna cosa exista es necesario que en alguna parte haya un agujero”.
Por supuesto que esto no implica matar la conquista. Es justamente al momento de conquistar que se va creando esa imagen que le ofrecemos al otro y que después veremos reflejada. Conquistar es un reinventarse. No porque mintamos acerca de quienes somos, eso nunca se sostiene. Sino porque lo que somos es relacional.
No creo que sea azaroso que en sociedades como la nuestra, donde los vínculos están sufriendo cambios (y dificultades), emerja una gran variedad de redes sociales que nos invitan a mostrarnos. Evidentemente la necesidad de ser visto persiste, sólo que en vez de tener un otro (real) que nos devuelve un reflejo, nos sometemos a múltiples miradas virtuales que nosotros mismos debemos completar. Y por más tentador que pueda resultar este ejercicio, el dotar a la mirada del otro con cuanta cosa deseemos, no deja de ser un acto solitario.
Hasta qué punto estas miradas virtuales llenan ese agujero no lo sé.
Pero no hay que engañarse, que aunque el amor se trate de ver y ser visto, tenemos un cuerpo que poner.
Por Maite Pil