jueves, 15 de septiembre de 2011

La vuelta a la manija

Por Flor Bea

 “Mis pocas pertenencias, al igual que las tuyas, se contaban con dos dedos: yo tenía tu vida, y tú la mía”.
Luis María Pescetti, Cartas al Rey de la Cabina 

  Hoy a la mañana, mientras me duchaba, me di cuenta de que después de la decisión que tomaste hace dos días, vos y yo ya no vamos a estar juntos nunca más. Te creo tanto que no querés seguir con la relación, que no tengo dudas de que con vos no voy a volver a dormir. Tuve la certeza mientras me duchaba y me dio una puntada espantosa en una costilla. No se lo deseo a nadie, imagino que un preinfarto debe sentirse parecido. ¿Por qué sos tan inflexible? Nunca le creí tanto a un hombre como a vos. Sé que no te voy a tener más y eso es una pena literal. Sé que me voy a acordar cada vez que tome un café con leche de que vos lo bebías sin azúcar y voy a llorar sobre la taza; y cuando vaya al chino a comprar, me voy a acordar de que vos los imitabas y te salía casi igual y entonces voy a bloquearme y me voy a olvidar de agarrar justo eso por lo que fui y voy a comprar todas las boludeces prescindibles; y cuando esté haciendo caca, voy a extrañar que alguien me abra la puerta a propósito sólo para molestarme; y voy a amagar tomar el colectivo que me llevaba hasta tu casa cada vez que salga de la facu, entonces voy a tener que retroceder las cuadras que hice al pedo y voy a bajar al subte. Y sé que los domingos a la tarde me voy a querer convencer de que estar sola no es tan malo porque me da tiempo para ver muchas películas que tengo que analizar para la facu, pero me voy a quebrar hasta con las comedias y no voy a terminar viendo bien una mierda; y voy a comprar zapallitos para hacerlos rellenos como a vos te gustaban pero van a quedar vacíos; y voy a entrar cada mañana a despegar.com a buscar ofertas porque voy a querer dejar esta ciudad que sin vos ya no va a tener sentido, pero no me voy a animar nunca a concretar la compra, voy a retroceder en el paso 3. Voy a tener mucho miedo de salir a la calle y cruzarte, de ir al cine y cruzarte, y voy a soñar que te miro y me asfixio con un chicle que estoy masticando en el sueño y que vos no me salvás la vida. Voy a preguntarme, inútilmente, una o dos veces por día si no tendría que escribirte o decirte esto, y voy a contestarme sabia o tontamente que no. Voy a preguntarme si vas a recordarme y voy a imaginar lo que les vas a contar a tus amigos cuando te pregunten por mí, y a veces voy a imaginar esos diálogos a mi favor y cuando esté muy derrotada, los voy a imaginar en mi contra y me voy a hacer mierda y me voy a tener que esconder para que no me vean llorar en el trabajo. Y voy a leer un libro increíble de poesía y voy a pensar que ese libro existe en el mundo sólo para que yo te lo regale a vos, pero voy a dejarlo en mi biblioteca y voy a llorar, y voy a llorar, y después a releerlo y de nuevo llorar. Y voy a decirte una cosa aunque no te la diga sino que me la diga a mí misma o al aire o al pedo y es que yo tenía la certeza de que había que levantarse cada mañana a darle una vuelta a la manija porque si no solo no iba a funcionar, y que era hermoso dar la vuelta cada mañana porque, aun cuando la manija estaba pesada, quedaba el músculo dolido sólo con ese dolor dulce del ejercicio físico que es para bien. Y que después de dar la vuelta a la manija, había que sonreír y, al mismo tiempo, entender seriamente que el mundo se acaba en la palma de la mano del otro, y comportarse en función a esa verdad absoluta que es la finitud, y esto no es pesimismo pero tampoco un chiste. Ah, y por cierto, voy a extrañar a tus vecinos, voy a extrañar tus toallones que eran mucho más suaves que los míos, voy a extrañar tu colchón de resortes no como el mío que es de gomaespuma, voy a odiarte, y voy a hablar con mi cara en el espejo jugando a que es la tuya y a decirle mi amor teníamos que intentarlo porque descubrir que el gesto que hacés con la nariz significa que estás nervioso me costó un huevo y ahora se convierte en un dato al pedo, y voy a pasar la yema del dedo por el espejo a la altura de mis lágrimas y voy a decirte no llores, pero después me voy a acordar de que tengo que odiarte no amarte, entonces voy a discutir con mi reflejo-vos y te voy a escupir la cara, pero en verdad voy a terminar con el limpiavidrios en la mano limpiando mi botiquín, sola, como una pelotuda.

viernes, 2 de septiembre de 2011

En las profundidades

Por Flor Bea


¿Cuántas veces nos hemos preguntado en la adolescencia si acaso eso que tanto nos acongojaba en ese momento no importaría nada de nada en este mundo, si después pasaría, si ni se sentiría, si se recordaría apenas? Yo me lo he preguntado. Es más, recuerdo tener dieciséis años y, sentada a la mesa de la cocina de la que aún es la casa de mi madre, con una pena y dos pancitos, preguntarle a ella: “Ma, ¿todo pasa?”. Pero lo que yo aún no sabía era que la respuesta no pasaba por ella sino que un día, como sucede con casi todo en la adolescencia, yo sola me iba a levantar como de un resorte y a decir: “No, no pasa. Tengo que salir yo a hacer de esto que duele en mi vida otra cosa, porque si no en quince años va a seguir doliendo; esto que está pasando no pasa”.
Es a esa certeza de que hay cosas que realmente tienen peso e importancia y por las cuales hay que moverse, a la que llega Oliver Tate (Craig Roberts) en la inolvidable “Submarine”, y es tan fuerte el sentimiento de la certeza que, bruscamente, abre la puerta del dormitorio de sus padres para informarles que lo que hoy le importa le va a seguir importando a los 38. Sí, parece que en la adolescencia los padres pueden estar ahí de receptores. Eso que importa a Oliver se llama Jordana.
En cuanto comienza la película, Oliver se nos presenta y nos dice: “No sé muy bien lo que soy todavía”. Y hacia el final, tal vez siga sin saber muy bien lo que es pero sí tiene algo muy claro: no quiere que nada cambie cuando, paradójicamente, todo –en mayor o menor medida- ya ha cambiado, pero queda todo lo cambiado por conservar o por revertir, depende de si se quieren aceptar los nuevos estados o recuperar los perdidos. En cuanto a Jordana (Yasmin Paige), claramente, será recuperar. Recuperar ese noviazgo que había comenzado a pasar, a pesar de que Oliver no sabía bien cómo hacerlo: “He estado tomando mi deber de novio seriamente. Anoche leí el libro Sólo quiero lo que es mejor para ti”. Para cuando la película está finalizando, Oliver expresa que siente que ha crecido. Y va a correr detrás de lo que él quiere para decubrir que, a veces, esa persona que se nos presenta de espaldas, siempre de espaldas, oculta y misteriosa hasta en los sueños, gira y es ella misma dándonos la cara.

La película termina, funde a azul (como lo hace en ciertas ocasiones anteriores entre secuencia y secuencia) y sobre el color del mar se imprimen los créditos mientras suena Piledriver Waltz y yo tengo la certeza de que él llega a mi casa, se para al borde de mi cama y me trepo a su cuerpo, abrazándolo con mis piernas por su cintura; entonces, no necesito zapatos cómodos porque me quedo a upa suyo hasta que la canción termina, empieza nuestra noche, y yo también así estoy bastante bien.