miércoles, 3 de agosto de 2011

De los celos y otros demonios

Por Flor Bea

“[…] Albucius Silus se casó en primera nupcias con una sabina, ciudadana romana, Spuria Naevia. […] a Spuria Naevia se le había puesto en la cabeza que su esposo conocería el placer sólo con ella, o bien que le describiría las mujeres de las cuales gozaba y los lugares donde le gustaba ir cuando sentía el deseo de acariciar un cuerpo más joven y con formas más agradables que el de su esposa. Exigió que le contara detalladamente las maneras, las circunstancias, los progresos, los precios, los júbilos. Él cedió a sus demandas cuando se volvieron violentas. Luego se arrepintió. […]. Spuria Naevia decidió poco después que él anotara el relato de los placeres para poder empaparse de ellos, medirlos, rivalizar […]. Como era de esperar, ella comenzó de inmediato a reprocharle la menor palabra y la menor coma de más o de menos; exigió comentarios minuciosos; multiplicó las sospechas; lo acusó de complacerse en la escritura del recuerdo. […]. Al final de la noche […] se negaba a entregársele hasta no haber recibido unas explicaciones que ocupaban el resto del día. Quiso que no escribiera más. […] Estaba celosa de la bisabuela de Albucius porque él la había amado en su niñez y porque conservaba piadosamente su compotera […]. Estaba celosa de las prostitutas, de los jovencitos, de las matronas que venían a escucharlo, de los fantasmas, de la brizna de romero que a él le gustaba restregar entre los dedos, de las arrugas que rodeaban sus ojos, de la disposición y limpieza de su toga, de los olores que sólo ella percibía en sus miembros, en su culo. […] estaba decidida a vedarle la posibilidad de soñar”.
Albucius, Pascal Quignard. 
Después de citar a Pascal Quignard me animo menos a escribir. Y no lo cito, justamente, para escribir poco porque ando con poco tiempo. Todo lo contrario. Lo cito para vencer mi timidez, o mis miedos. No sólo de escribir. Sino también de verme a mí misma como a Spuria o como a Albucius. En ese estado del amor desbordado en el que uno le pide al otro información que después no sabe administrar el que la obtiene y no sabe amasar el que la brinda. Es sorprenderte reconocer que siempre estamos al borde de no estar. Habría que preguntarse hasta qué punto contar una anécdota privada, vivida ya hace un tiempo, con una o más personas diferentes a la del interlocutor que tenemos ahora enfrente en suerte, se parece más o menos a la realidad o a la ficción. Cuánto de eso es una fábula con uno mismo. Y si acaso saláramos el relato como si fuera un plato de risotto, ¿en contra de quién iría esa sal a punto de convertirse en hipertensión?
O dicho en criollo: el que no sintió celos alguna vez por una compotera, que tire la primera piedra (guarda, a la cara no).
Hay que aprender a jugar. Me parece que los mejores juegos son los que no hablan con mímica pero que al tiempo aborrecen la verborragia. Para vomitar palabras, vomitemos conejos. Son más suaves en su pelaje.
Por último: no sé quién fue el idiota que dijo que “soñar no cuesta nada”, seguro que Spuria Naevia no y los laboratorios de sedantes, somníferos o ansiolíticos tampoco. Pero yo propongo preocuparnos más por el propio sueño. Porque bien que cuando la diarrea es ajena, nadie muere de ganas de estar en ese culo y cagar tan líquido.

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