viernes, 26 de agosto de 2011

Completud pasajera*

Por Flor Bea


Yo iba caminando por una de esas calles de La Boca que parecen que son dos calles pero es una sola con un nombre compuesto y un nexo copulativo que los une. Como si se llamara Pis y Mear, pero otra cosa; de hecho, no eran palabras relativas a lo urinario sino que creo que es el apellido compuesto de un escritor del S. XIX, pero tampoco estoy muy seguro. Hacía un frío de cagarse; iba re puteando porque en La Boca con ese Riachuelo tan cerca debe de hacer como tres grados menos. Para peor, yo tenía una campera de jean con corderito adentro pero un corderito gastado, y encima es medio corta. El punto es que hacía un frío de cagarse y había una baranda a mierda que no se podía creer. No sé si venía de los soretes de las veredas o del río hecho mierda ese que tenemos ahí y que se ofrece al otro río, al de turistas, que corren por el caminito. Yo iba, entonces, mirando el empedrado y no sé por qué carajo iba recitando partes de la obra de teatro que me quedaron grabadas y se me reproducían en la mente contra mi voluntad: “¿Alguna vez se te ocurrió que estás buscando en el lugar equivocado?”, por ejemplo. No avanzaba a paso apurado porque me chupaba un huevo llegar tarde, para qué mentir. Tenía que llegar a un teatro under a retirar parte del vestuario y de la escenografía que habíamos utilizado para representar una obra de Sarah Kane; a mí me había tocado el papel de A. Yo iba a cargar en un bolso lo que había usado yo y una amiga, M en la obra, pero el resto no pensaba llevarlo, tampoco de burro de carga iba a hacer. Los demás también podían acercarse a buscar lo suyo cuando quisieran. No era de garca, es que en el bolso todo no iba a entrar. Además, me sentía como el reverendo culo: no era sólo el frío de re cagarse y el olor a mierda, era algo más que tenía metido como el personaje de Sarah Kane y peor incluso. Y para sentirse peor que un personaje de Sarah sí que hay que estar realmente como todas las mierdas juntas. Era una angustia del carajo, llamémoslo por su nombre. Una soledad que me helaba los huesos, una nostalgia enviada sólo para mí por el mismísimo diablo. Y me cago en la concha de mi madre, venir a sentirme así un martes al mediodía en vez de irme con ánimos normales a Constitución a comerme un sándwich de vacío, venía rezando yo mientras caminaba mirando el empedrado. Ahora que lo pienso, capaz que ni era La Boca, era Barracas, pero qué mierda me importaba a mí en medio de semejante vacío. Yo no recordaba la última vez que había amado a una chica. Y se me venía el parlamento de A de nuevo a la cabeza: “retenerte en la cama cuando te tengas que ir y llorar como un bebé cuando realmente te vayas”. Cuando llegara a mi casa me iba a hacer una tremenda paja, sí, ¿y pero con eso qué? Y mi ex, a veces pienso que ya no existe. Los noviazgos siempre me parecieron como películas; no porque me duraran dos horas pero sí por su estructura de principio nudo y fin. Y tampoco me duraron tanto además. Y después los recuerdo como películas, como ¿te acordás de esa con Nicolas Cage en pedo?,  como si fuera lo mismo que autopreguntarme ¿te acordás cuando fuiste con ella a la playa y comían un durazno que chorreba sobre la arena? En eso iba pensando en medio de la mierda que flotaba, en mi pasado que ni recuerdo y en mi personaje de la obra que no soy yo, en eso, o sea, dicho en criollo: en mi vida vacía. Cuando, de pronto, como salida desde debajo de un adoquín, apareciste. No sé de dónde saliste, solcito, ¿me podés decir de dónde saliste? Apareciste adelante, casi obstruyéndome el paso y me preguntaste “¿vos sos el actor de Crave, del teatro de la otra cuadra?”. Así me lo preguntaste, recuerdo exactamente tus palabras y hasta la coma, por eso la escribo. Pusiste una coma después de Crave. Qué linda que sos, hablás con comas. Tenías los ojos más hermosos que yo haya visto en mi vida; no es tanto por el color ni por las hermosas pestañas, era esa mirada. Te juro que me penetraste con la mirada y entonces fue como que yo te penetré a vos. Te sentí desnuda, la piel suave, pezones marrón clarito, estoy seguro que sos de esas mujeres que tienen los pezones claritos. Yo te pasé la lengua por cada uno de tus pezones y tus ojos se emocionaron de placer. Fue el mejor orgasmo que tuve en mi vida. Yo… yo quería preguntarte si vos sentiste lo mismo. Si en esos segundos que duraron nuestras miradas haciendo el amor mientras se suponía que yo por lo menos tenía que estar pensando qué contestarte o simplemente contestarte “sí, soy yo” vos también tuviste un orgasmo, o algo parecido, no sé. Eso te quería preguntar. Un orgasmo en el alma. No quiero ser obsceno o guarango, no te estoy preguntando si te mojaste, no estoy hablando de eso. Con que me digas lo que te pasó de la cintura para arriba está bien, porque en esa zona están tus pechos y tu alma y tus ojos y estoy seguro que todo pasó  ahí.
Después te sonreí y te dije “jajaj, gracias” y seguí caminando, consumiendo más y más mierda.
No sé cómo explicártelo, pero sos la mujer que más me dolió en la vida, y aunque seguro no leas mi blog y por ende nunca leas este relato, flaca, yo quería decirte que si pudiera encontrarte no te mezquinaría nada de amor, ¿entendés? Te diría que sos hermosa aún cuando decirte eso me hiciera sentirme a mí el tipo más feo del mundo. Pero si vos no llegás a leer este blog, o si lo leés pero yo no me entero que lo leés, cosa que prácticamente sería lo mismo, entonces yo seguiré vacío.
Ah, pido perdón a mis lectores que están acostumbrados a leer mis post sobre fútbol y teatro, pero necesitaba hablarle a esta piba.

*Estimados lectores de Esdomingoynotengonovio, quise escribir con narrador masculino para jugar un poco con las voces y pensar como un hombre por un rato y hacer ese ejercicio… y otros. Quiero jugar, quiero jugar y por sobre todo, quiero no jugar sola. Con ustedes juego, y esto lo digo en el mejor de los sentidos del juego, en el mismo que digo que quiero jugar. Ojalá juguemos todos juntos (no estoy proponiendo una orgía, eh).

martes, 16 de agosto de 2011

Más acá de la infidelidad.

Por Maite Pil





Cuando hablamos de infidelidad generalmente nos referimos a una práctica sexual por fuera de la pareja. ¿Es esta la única forma de ser infiel?
Yo creo que la infidelidad, a diferencia de lo que asumimos comunmente, es otra cosa.
Hay que remontarse a los comienzos de cada pareja para entender qué reglas se van estableciendo implícitamente. Por empezar, toda pareja antes de consolidarse como tal fue otra cosa, un tipo de relación menos comprometida. Y a veces, no menos comprometida amorosamente, sino que tal compromiso no es de facto. Lo peligroso de las relaciones es, justamente, que al momento de delimitar qué es lo permitido, y qué no, es el momento en el cual uno más enamorado está. Más dedicado, más entusiasmado, más solícito.
E incluso antes de esto, antes de ese mágico momento en que los dos se limpian las babas mutuamente (que es hermoso, por cierto), antes de eso, hay un momento en que nadie sabe casi nada del otro. Y aparece, surge, una punzante sensación de amenaza.
Si la cosa viene más o menos bien, la amenaza va cediendo paulatinamente y comienza el enamoramiento pleno, coordinado. La correspondencia.
“No quiero que estés con otros(as) hombres/mujeres” o “No me interesa estar con nadie más que vos”: son formas de proponer noviazgo…se usan bastante. Y es cierto, en ese momento se siente así. Y la amenaza desaparece. Porque la amenaza, al fin y al cabo, es la incertidumbre por el deseo del otro.
Perfecto, llegamos a correspondernos. Nos amamos.
¿Por qué? ¿Cómo lo sabemos? Porque nuestro deseo se corresponde con el deseo del otro.
Ahora, ¿puede el amor depender de este deseo? Yo creo que no.
Además del deseo del uno por el otro, de ese deseo que nos invade y nos pone la sangre espesa, debe haber alguno más. Otra cosa; un algo que esté más allá del uno y del otro. Un deseo que haga las veces de factor común entre dos personas que nunca van a poder desearse, de aquí a la eternidad, como lo hicieron cuando creían que el otro lo era todo.
El amor debería ser eso. Un deseo más allá del cuerpo y de la sexualidad. Un diseño de vida que vaya por encima de lo amenazante que es el otro con su deseo a cuestas.
Es por esto que creo que la infidelidad es otra cosa. La infidelidad es dejar de pensar la vida con ese otro que la planeamos, es dejar de creer en esa felicidad a la que se apostaba. Abandonar esa filosofía que se construye con un poco de cada uno, con  códigos en común, guiños, tiempos, proyectos.
Es jodido de lograr, no es fácil defender al amor cuando uno se obsesiona tanto con el deseo y la fidelidad (mal entendida).
Hay que poder ver más allá, e incluso, a veces, hay que cerrar los ojos. 

Por Maite Pil


miércoles, 3 de agosto de 2011

De los celos y otros demonios

Por Flor Bea

“[…] Albucius Silus se casó en primera nupcias con una sabina, ciudadana romana, Spuria Naevia. […] a Spuria Naevia se le había puesto en la cabeza que su esposo conocería el placer sólo con ella, o bien que le describiría las mujeres de las cuales gozaba y los lugares donde le gustaba ir cuando sentía el deseo de acariciar un cuerpo más joven y con formas más agradables que el de su esposa. Exigió que le contara detalladamente las maneras, las circunstancias, los progresos, los precios, los júbilos. Él cedió a sus demandas cuando se volvieron violentas. Luego se arrepintió. […]. Spuria Naevia decidió poco después que él anotara el relato de los placeres para poder empaparse de ellos, medirlos, rivalizar […]. Como era de esperar, ella comenzó de inmediato a reprocharle la menor palabra y la menor coma de más o de menos; exigió comentarios minuciosos; multiplicó las sospechas; lo acusó de complacerse en la escritura del recuerdo. […]. Al final de la noche […] se negaba a entregársele hasta no haber recibido unas explicaciones que ocupaban el resto del día. Quiso que no escribiera más. […] Estaba celosa de la bisabuela de Albucius porque él la había amado en su niñez y porque conservaba piadosamente su compotera […]. Estaba celosa de las prostitutas, de los jovencitos, de las matronas que venían a escucharlo, de los fantasmas, de la brizna de romero que a él le gustaba restregar entre los dedos, de las arrugas que rodeaban sus ojos, de la disposición y limpieza de su toga, de los olores que sólo ella percibía en sus miembros, en su culo. […] estaba decidida a vedarle la posibilidad de soñar”.
Albucius, Pascal Quignard. 
Después de citar a Pascal Quignard me animo menos a escribir. Y no lo cito, justamente, para escribir poco porque ando con poco tiempo. Todo lo contrario. Lo cito para vencer mi timidez, o mis miedos. No sólo de escribir. Sino también de verme a mí misma como a Spuria o como a Albucius. En ese estado del amor desbordado en el que uno le pide al otro información que después no sabe administrar el que la obtiene y no sabe amasar el que la brinda. Es sorprenderte reconocer que siempre estamos al borde de no estar. Habría que preguntarse hasta qué punto contar una anécdota privada, vivida ya hace un tiempo, con una o más personas diferentes a la del interlocutor que tenemos ahora enfrente en suerte, se parece más o menos a la realidad o a la ficción. Cuánto de eso es una fábula con uno mismo. Y si acaso saláramos el relato como si fuera un plato de risotto, ¿en contra de quién iría esa sal a punto de convertirse en hipertensión?
O dicho en criollo: el que no sintió celos alguna vez por una compotera, que tire la primera piedra (guarda, a la cara no).
Hay que aprender a jugar. Me parece que los mejores juegos son los que no hablan con mímica pero que al tiempo aborrecen la verborragia. Para vomitar palabras, vomitemos conejos. Son más suaves en su pelaje.
Por último: no sé quién fue el idiota que dijo que “soñar no cuesta nada”, seguro que Spuria Naevia no y los laboratorios de sedantes, somníferos o ansiolíticos tampoco. Pero yo propongo preocuparnos más por el propio sueño. Porque bien que cuando la diarrea es ajena, nadie muere de ganas de estar en ese culo y cagar tan líquido.