sábado, 2 de noviembre de 2019

Gorilas con navajas.



                                    




Por Maite Pil. 

Hace casi un mes que no escribo. Últimamente el blog me está costando. Me cuesta encontrar el tema y también el registro. Supongo que si la atención y el interés no son infinitos e inagotables, la escritura, tampoco. 

Además, los domingos de octubre se coparon de política. Y yo también. Por eso estuve pensando bastante en cómo se ha querido -con mucho énfasis en los últimos años- desmembrar al discurso político. Amputarle el fondo a la forma, demonizar a la forma para anular al fondo. 
Son dispositivos de vaciamiento que han tenido relativo éxito. Ahora, me pregunto, ¿corre con la misma desgracia el discurso amoroso? No sé. 
Encarnar a un discurso amoroso basado en las formas, implicaría renunciar a la neurosis- cosa que ya sabemos que es imposible-. Implicaría, incluso, una migración a cierta estructura perversa. No por nada el hombre feminista resulta tan sospechoso, artificial.  

Hace unos días tuve la oportunidad, y la suerte, de compartir un momento con una pareja. Digo suerte porque me clarificó, y escenificó, qué tipo de pareja no quiero formar jamás. No fumes acá, acomodate la camisa, pensá si lo que decís es gracioso. 

¿Qué tiene en la cabeza esa persona que se junta con otra persona para decirle quién tiene que ser, qué tiene que hacer y cómo tiene que hacerlo? ¿Y qué tiene en la cabeza esa persona que se junta con otra persona para que le diga quién tiene que ser, qué tiene que hacer y cómo tiene que hacerlo?

Esa díada putrefacta en la que la pasión y el - mal entendido- amor autorizan a los planteos más avasallantes y denigrantes. Uno asume un rol pseudo pedagógico y el otro asume un rol, esquivo, de aprendiz. 
No son roles absolutos. Porque hay malestares. No es que conformen a la pareja perfecta en tanto complementarios. Ninguno habita su posición con plenas facultades, derechos y beneficios. Emergen incomodidades, resistencias y hartazgos. Incluso atisbos de que la cosa no va por ahí. Claro,a ninguno le queda cómodo el traje de amo y esclavo. Pero una vez que la dinámica de la pareja arranca bajo esas normas, nadie sabe bien cómo abortar el mecanismo. 

Y me gusta traer este ejemplo acá porque estos dos roles, o posiciones, que describí, podrían estar encarnados por cualquier género. Y no hay lugar a la psicopateada ni al caretaje. La forma es una mierda y el fondo es peor. No hay buena manera de pedirle a un zurdo que escriba con la derecha. No existe. No hay engaño ni coacción.

Y es en este punto que me atrevo a suponer, si se me permite la elipsis argumental, por qué, en una ciudad mayoritariamente neurótica y analizada, prevalece la forma por sobre el contenido en materia política. Nos hemos convertido en sujetos, amantes, votantes, con dolo eventual. Dejaron de asustarnos los costos.  Es decir, sucumbimos a la pulsión de muerte. 
Tal vez, el triunfo del macrismo y cierta frustración amorosa, se deban al fracaso del psicoanálisis.
Somos neuróticos con necesidad de castigo. Somos gorilas con navajas.   






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