Por Maite Pil.
Desde que no me flagelo más con el amor, cojo menos.
Antes era celosa, posesiva, demandante, impredecible, necesitaba que un hombre ocupara mis pensamientos. Me obsesionaba con detalles idiotas, revisaba sus interacciones virtuales con mujeres que yo consideraba lindas. Interpretaba los más absurdos gestos y pensaba que todo estaba dirigido a mí.
Antes era celosa, posesiva, demandante, impredecible, necesitaba que un hombre ocupara mis pensamientos. Me obsesionaba con detalles idiotas, revisaba sus interacciones virtuales con mujeres que yo consideraba lindas. Interpretaba los más absurdos gestos y pensaba que todo estaba dirigido a mí.
Pretendía que siempre se me pagara una deuda amorosa. Era una mártir incomprendida de la causa. Me enganchaba con tipos que no valoraban mi entrega. Trataba de educarlos, de generarles culpa y hasta, a veces, lograba captarlos en este trip. Y cuando la cosa se pudría, y yo llegaba a los lugares más oscuros, de humillación y estupidez, renacía de mis cenizas con un corte de pelo distinto y encontraba a un nuevo pretendiente.
Ahora que soy una mujer más sana, que pienso al amor en términos de felicidad compartida... ¡No quiero tener pareja! Y no sólo eso, sino que me da fiaca el esfuerzo del levante, de la conquista. ¿Qué pasó? ¿Por qué no es éste mi momento de mayor esplendor amoroso y sexual?
El año pasado leí un libro que hoy, reflexionando sobre esto, recordé, "Goces: disfrutar o padecer", de Benjamín Domb. Se me vino a la mente porque, en un momento del libro del libro, él, que es psicoanalista, naturalmente, plantea algo así como ojo con hacer análisis que curen simplemente síntomas. Voy a hacer una descripción muy burda del asunto: él relata un caso en el que una mujer deja de presentar determinado síntoma pero al tiempo le diagnostican un cáncer. Y se pregunta el autor si, acaso, ese síntoma que ella manifestaba no sería lo que la salvaba de hacer otro peor.
No sé si me sucede de jodida, pero pienso que, tal vez, el imperativo de bienestar que gobierna a las sociedades occidentales y capitalistas sea el gran síntoma a resolver de la época. Junto con su gran, y principal, aliado, la corrección política. ¿Y si nos estamos enfermando de salud?
También pienso en ciertos mecanismos del deseo. Si es capaz de emerger allí donde todo funciona. No es que lo piense en términos de imposibles o prohibiciones. No estoy yendo a una idea de amor cortés, ni siquiera a la figura de la femme fatale, que implica la perdición absoluta del amante. Sin embargo, sí creo que el deseo necesita pronunciarse como aquello que sería pleno o absoluto, de no ser por...
En ese punto, creo que no hay película que sepa, o hable, menos de amor que la típica película romántica con final feliz. No quiero empezar con teorías conspirativas, pero el género romántico habla del consumo. En fin, lo dejo acá porque si no me pongo muy pesada.
Retomando, no se trata, simplemente, de decir que lo prohibido hace funcionar al deseo. Ni que el obstáculo sorteado culmine con un happily ever after - como sucede en las estructuras narrativas románticas-. El deseo se organiza alrededor del obstáculo; es obstáculo y condición. No creo que pueda suprimirse un rol sin que, automáticamente, se desvanezca el otro.
Por lo que cabría preguntarse -además de dar con el analista correcto- cómo hacer para ser más sanos pero no a costas de perder esa condición que nos posibilite el deseo.