Por Maite Pil.
Dónde está la Maite que conozco, me dijo hace poco un amigo cuando le conté que ahora no estaba en ninguna historia. Es que él me conoció en otras épocas; yo sin hija, con plata, un loft y juventud. Era fácil tener amoríos. Pero no la pasaba tan bien ni, necesariamente, mejor que ahora. Siempre había un boludo que me hacía sufrir. Eso pensaba yo. Con los años entendí que siempre me buscaba - o encontraba- a un boludo que me habilitara la posibilidad de sufrir. Eso es algo que no extraño, en absoluto, de ser joven, o, al menos, de mi propia juventud: vivir al padecer como una pasión o, peor aún, como un sentido vital.
No soy de las que piensan que los años traigan, por añadidura, sabiduría. Ser neurótico - o idiota- no se cura con el tiempo. Más bien que se agrava. En mi caso se han dado una serie de factores que me posibilitaron que los años transcurridos me sirvieran para neutralizar mi neura.
Ser madre fue uno de ellos. No lo recomiendo en sus casas, tener un hijo es cosa seria. No me quiero imaginar lo que debe ser tener dos o tres. Pero bueno, en mi caso, tuve una hija porque así lo quise, fue un embarazo buscado. Y un proyecto de maternidad que, ahora, estoy pudiendo llevar a cabo. Que tiene que ver con mostrarle todo un mundo que considero valioso.
Haber tenido un excelente analista- Lito Matusevich- fue otro de esos factores. De ese análisis atesoro intervenciones para la eternidad. Ese análisis me permitió, me autorizó, a elegir. Y a hacerme cargo de mis elecciones. No es que me garantizara el éxito pero sí la responsabilidad. Y al contrario de lo que se puede llegar a pensar, vulgarmente, ser responsable da alivio; es un alivio.
La coyuntura social y feminista es también, para mí, un hecho clave. Me condujo a un ejercicio de revisión sumamente interesante. El cual me posibilitó ubicar muchas cuestiones vinculares. También me tuve que reconocer como víctima, tengo una pila de situaciones vividas que hoy podrían tipificarse como delitos. Pero no me quise detener ahí, no porque considere que sean menores, la ley es la ley y cualquier persona que decida acudir a ella está en su pleno derecho. Yo no discuto derecho penal aquí. Me horrorizó mucho más que yo ejercí y viví, mucho tiempo, la tiranía del amor.
Denomino tiranía del amor, fundamentalmente, a la creencia de ser merecedor de todo el amor y atención de un otro; simplemente por el hecho de que uno lo ha colocado en ese lugar. Es una suerte de supuesta correspondencia- patológica- que silenciosamente, o no tanto, exige un imposible. Y que encubre una gran mezquindad. Porque en la medida en que yo creo que debo serlo todo para el otro, soy incapaz de ser feliz por cualquier otra cosa buena que al otro le suceda. Lo único que puede y debe hacerte feliz tengo que ser yo. Es una carrera en contra de la felicidad y la libertad ajena. Es un estado de locura, de egoísmo; es narcótico y nocivo. Está en canciones, en películas, en la literatura...El happy ending simbiótico que vemos en diversos films románticos, o la trágica depresión del tanguero abandonado, son raíces que crecen de una misma tierra.
Esa exigencia, incesante y caprichosa, de ser mirado, amado y respetado, sólo conduce a la soledad, en el mejor de los casos.
No es que ahora sea una joyita y tenga la vida resuelta. Si tengo que hacer un trámite, en la cola ensayo mi discurso. Y actualizar mi CV me puede llevar un mes. Lloro con películas infantiles y me sigo peleando con mi tía aunque no tenga sentido.
Pero ahora no soy más una tirana. Y si el amor me da un tirón, veré de qué está hecha la soga.