jueves, 29 de noviembre de 2012

Llamado a la solidaridad

Por Flor Bea
 
Se necesita con suma urgencia hombres que PREGUNTEN.

Estoy en llamas de furia, lo advierto. NO hay nada que me ponga de peor humor que un hombre no me pregunte qué te pasa cuando hago de todo, ¡¡¡todo!!! para que se dé cuenta de que me pasa algo. O sea, qué les pasa a los hombres que, cuando es evidente que algo me pasa, me siguen hablando como si nada!!! O sea, lo llamo por teléfono:
–Hola.
–Hola.
–Hola, Flor, ¿cómo estás?
–Bien, no, no sé, más o menos… ¿Dónde estás?, se escucha como el culo.
–En el colectivo.
–Bueno, ¿no te podés correr?
–¿Adónde?
–No sé, adonde se escuche mejor.

Y pienso: por mí bajate. Pero sé que si le pido que se baje voy a estar siendo egoísta, además de que no solo que no va a bajarse sino que va a creer que estoy loca. Siento odio pero sigo la conversación de la mejor manera que puedo.

–No, todo bien, no importa, te quería decir algo importante pero se escucha mal.
–Yo te escucho bien, decime.
–No, no importa.
­– Bueno, ¿cómo te fue en el trabajo? ¿Bien?
–Sí.
­–¿Y ya llegaste a tu casa?
–Sí.
–¿Vas a cocinar?
–No. ¡Y no te escucho nada son ese ruido!
–Bueno, te llamo a la noche.

¿¿¿¿¿Qué?????? ¿¡¡¡No le da intriga lo que tenía para decirle!!!? ¿¡¡¡Y no se dio cuenta de que le contesté todo con monosílabos, que es obvio que algo me pasa!!!? Además, ¡¿a la noche?! Son las seis de la tarde. Primero: qué es la noche, ¿las 8?, ¿las 9?, ¿las 10?, ¿10.30? Para las once, si no me llamó, me suicidé.
Además de que seis y once lo estaba llamando de nuevo.

–¿Pero qué pasa?
–De todo, pero no sé, ¿a qué hora me vas a llamar?
–Cuando llego a casa, como siempre.
–No, no sé a qué hora llegás a tu casa.
–A la de siempre, sí sabés… no te preocupes, hablamos más tarde.

Peor. Mirá, al menos la noche me la puedo figurar. Más tarde es una coordenada de tiempo que mí no se me representa de ningún modo en concreto, y yo NECESITO cosas concretas. A ver si empezamos a entendernos mujeres y hombres. De más está decir que entré en un ataque de llanto en cuanto cortamos… Y no podía hacer más que desear que me llamara en ese momento y atenderlo con la voz de llanto desgarrado para que de una puta vez me preguntara qué te pasa, a ver si con ese llanto seguís sin preguntarme… Qué qué me pasa. De todo: que tengo TODA la ropa sucia, que me dijiste que me llamabas más tarde y no sé lo que eso significa en tu mundo, que se rompió el collar turquesa, sí, el que te encanta, que el incienso es más grande que el agujero del porta incienso, que mi jefe es un imbécil y hoy tenía olor a chivo, que hay ruido porque es hora pico y la gente parece que no sabe conducir sin tocar bocina, que se cortó el agua esta mañana y no me pude bañar y ahora voy a tener que bañarme de noche y el pelo me va a quedar como el culo, que se me había ido la menstruación pero resulta que hoy se me manchó la bombacha con una gota de sangre porque se va pero viene y hace lo que le parece, ah, y que me quedé sin papel higiénico y estoy usando rollo de cocina y no pienso invertir un solo minuto de mi puta y aburrida vida en ir a un almacén a comprar papel higiénico. Pero sabés qué, dejá, ni te preocupes por preguntarme lo que me pasa. Ya ni me importa, ¿sabés lo que voy a hacer? Voy a bajar a la panadería y me voy a comprar TODAS las tortas y me las voy a comer todas y no pienso guardarte nada, y voy a engordar y a reventar y te vas a joder vos también porque voy a estar gorda y fea. Pero feliz por haberme comido la panadería entera que larga un olor que me tiene loca todas las mañanas. Mierda, voy a tener que mudarme ahora que lo pienso.

¿Y él? Sigue ahí, tranquilo, en el colectivo. Después llega a su casa, se da una ducha, pone el noticiero, se abre una lata de cerveza, se rasca el culo y después, recién después, me llama. Ayyyyyy. Ommmmmmmmmmmmmm. Ya sé, es mi culpa. Pero este es un pedido a la comunidad masculina. ¿Pueden preguntar la frase mágica “qué te pasa“?, no es mucho, y eso da pie para que nos desahoguemos. Ya sé que no es justo que nos desahoguemos contra ustedes, pero con un abarzo, un mi amor, no te preocupes, la ropa te la lavo yo y a la panadera voy a matarla, ya está, no es tanto pedir, ¿no?

miércoles, 7 de noviembre de 2012

París, sin tus uñas

Por Flor Bea
 
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Tengo las fotos que tomé desde el balcón de tu casa. Los edificios de enfrente salieron muy lindos. Con buhardillas todos ellos; pero me gusta observar lo diferentes que pueden llegar a ser los marcos de las ventanas. Nuestra ventana era más amplia, tu edificio era demasiado nuevo. No importa. Tu sillón era naranja y eso compensa que no hayamos hecho el amor en una típica buhardilla parisina.
Las buhardillas de París ya no se encienden por las noches, sin tus uñas.
En el sillón naranja te escribía mensajitos en Facebook que los leías desde tu computadora, al lado mío, en tu silla de escritorio. Y me respondías los mensajitos también por escrito diciéndome que el naranja me quedaba hermoso. Y que dejara de jugar y me pusiera a escribir. Pero yo (te) estaba escribiendo.
El kilo de naranjas a 3.99 euros en París ya no es jugoso, sin tus uñas.
Entonces nos sentamos en el sillón color ladrillo de dos cuerpos y ocupamos solo un cuerpo y medio del sillón con tu cuerpo y el mío. Y miramos cuatro películas en blanco y negro en una misma noche. Y todo estaba apagado en París excepto nuestra computadora-pantalla-cine y la torre de Eiffel. Pero…
Las luces de la torre de Eiffel ya no se encienden por las noches, sin tus uñas.
Entonces me quisiste hacer los masajes que aprendiste cuando viviste en Tailandia con tu familia. Te entregué mi pie izquierdo. Lo amasaste orientalmente. Y ahí fue cuando nos acordamos de terminarnos la comida china de la noche anterior.
Las tiendas de comida china en Montmartre ya no me llenan de saliva la boca con su olor, sin tus uñas.
Por suerte ya habíamos terminado de comer cuando yo tiré mi cabeza para atrás para reírme más cómoda y vos cambiaste de pie y quisiste olerlo y olerlo. Y bromeamos que lo mordías y lo comías y lo lamías y lo untabas y lo chupabas y lo devorabas.
No, los quesos franceses en París ya no son ricos, ni siquiera caros, sin tus uñas.
Y dejaste de mirarme para poner play de nuevo en la película. Pero a tu mano la dejaste en mi pie derecho y ahí empezaste y no paraste. Y es el día de hoy que no paraste. Mientras, afuera llovía, como cada noche, y tu balcón estaba, hacía meses, mojado.
París ya no es gris y lluviosa; ahora ni siquiera tiene clima, sin tus uñas.
Me rascaste suavemente (si es que a esa caricia única puede llamársela rascar) a cada lado de mi pie, del empeine y de la planta, porque ya no te importaba mostrarme lo que habías aprendido en Tailandia. Y ese roce de tus uñas con mi piel todavía algunas mañanas me despierta, y me miro los pies a ver si tienen tu mano.
Los locos sueltos de París están más perdidos(,) sin tus uñas.
Y yo ya no estoy en París…
Y yo no estoy, sin tus uñas.