miércoles, 30 de mayo de 2012

Sobre tamaños...

Por Flor Bea

Estoy en Estados Unidos. Me consuelo y pienso: “Todo es relativo”. Pero después pienso que no todo es relativo. Pienso en tamaños absolutos y luego pienso sólo en tamaños, y me acuerdo de la importancia o la irrelevancia de que sea grande.
Como estoy indispuesta, voy al baño a sacarme el tampón y ponerme la toallita yanqui que acabo de comprar en Walgreens: ¡es enorme! Pienso que no es que ellas, las mujeres de acá, la tienen más grande. Seguro que es que tienen más distancia entre pierna y pierna. Porque, a decir verdad, no es enorme, es ancha. 
Ancha. Me acuerdo entonces de esas épocas en las que me acostaba con cuatro hombres diferentes por mes, a razón de uno por fin de semana, y les comparaba el tamaño, pero siempre cuidando de hacerlo de una manera justa. Es decir, no confundía larga con gorda. No es lo mismo, las mujeres bien lo sabemos. Si la tenía corta, pero como un ombú, no perdía, claro está.
Mi mejor amiga había inventado una categoría de forma: la forma pirámide. Es esa que tiene la base enorme y la cabeza pequeña. En el sexo oral, yo, una vez, con una pirámide, recordé los chupetines pirulín que me compraba mi tía abuela a la salida del teatro. Fue un hermoso recuerdo familiar, como un álbum de fotografías sacado del ropero. Gracias a ese chongo que me hizo viajar en el tiempo.
Pero como esto era una autocrítica, y al final terminé hablando de los otros, siendo los otros los hombres, en este caso, me gustaría volver al tema del tamaño en este enorme país, y la relación de eso conmigo. Lo voy a decir de una vez: me siento diminuta acá.
Hoy cuando me puse la toallita, me sentí pequeña hasta en lo genital. Fea sensación si las hay… Después me levanté la remera y me miré al espejo y me pregunté si acaso mis senos no son como dos cerezas con tallo. Qué dulces las cerezas… y me deprimí. Porque además voy a cumplir 30 y en los próximos diez años el culo se me va a ir en picada, ya lo tengo más que asumido.
Pero, al tiempo, recordé también a aquellos hombres que me halagaron precisamente por pequeña; los que me amaron por pequeña; los que aplaudieron y festejaron mi pequeñez en  cada posición en la cama, porque creyeron que de ser un milímetro más grande ya no hubiéramos podido hacerlo así; los que, por gigantes, se metieron mis cerezas ¡enteras! (de a una) en la boca. Mis gigantes. Mis hermosos gigantes. Sin ellos yo no sería quién soy. A ellos: gracias, y mis mejores deseos desde el país gigante del norte.
FB.

domingo, 20 de mayo de 2012

Ni la noche ni el bochinche.

Por Maite Pil



La noche, oh, la noche. Cuando una está soltera tiene una especie de obligación, casi moral, de salir nocturnamente y, encima, divertirse. 
El viernes me acerqué a una de las chicas y le pregunté si sentía mal. Me dijo que no y agregó: "¿Por qué?" "Bueno, porque estás agarrada de la pared y tenés los labios pálidos", le contesté.  Supongo que es exactamente ésta la definición de estar borracho. Una ilusión del propio bienestar que no se transmite.
 “Remixar este tema es convertir una tortura de tres minutos en una tortura de siete” fue la frase más sensata de la fiesta.  Yo le podría haber contestado “Corré,  no te preocupes por mí” Por supuesto que en inglés sonaría mejor, como en las películas.  Run, go! Como si estuviéramos frente a un potencial peligro. Antes era justamente eso lo que me entusiasmaba del salir, las contingencias, la posibilidad de que algo extraordinario pasara. Y pasaba la mayoría de las veces. Hoy tengo una concepción de la diversión mucho más controlada. Pero no en un sentido poco espontáneo. Sino en su más puro sentido, el de reconocer qué cosas son las que me habilitan un disfrute. Qué música, qué gente, qué ambientes, qué conversaciones.  
Decir que todavía hay hombres que se acercan con el discurso del signo, nombre y ocupación laboral, parece un lugar común. Y lo es, todos sabemos que lo es. Lo cual lo convierte en algo sorpresivo. Todos sabemos que es un cliché y sigue pasando  ¿No les da vergüenza? La respuesta es no.  Es el lenguaje, al menos uno de los posibles, del levante. La idea del levante está siempre implícita en este tipo de salidas. Incluso cuando se niegue, e incluso cuando el que se te acercó a preguntarte si tenés novio en una forma disimulada (como por ejemplo, “por qué saliste sin tu novio?”) te lo niegue.  O sea, sos soltera, así que más te vale que salgas, te diviertas y conozcas a alguien.  
También está la idea de la acumulación de diversión para el futuro: Aprovechá para salir ahora que sos soltera, porque después… ¿Después qué? Esto de creer que la posibilidad de ser feliz está siempre en otro lado es un triunfo ideológico. Es lo que sostiene al sistema capitalista cuya fórmula, en su estado más puro, sería: “la posibilidad de ser feliz está en tu próxima compra”. Y así, nos atan al consumo infinito de cosas. Porque la felicidad es la aspiración humana por excelencia.  Al menos, a nivel consciente.
Como dice Slavoj Zizek, ya no vivimos en una sociedad que reprime los placeres sino que vivimos en una sociedad que nos impone, nos demanda, placer. Y es responsabilidad de cada uno de nosotros encontrar un espacio en el cual nos sintamos cómodos con nuestras insatisfacciones, las cuales nunca dejarán de existir, pero por sobre todo, nunca nos impedirán, del todo, elegir quiénes queremos ser y cómo queremos serlo. En definitiva, que algo nos falta y aceptarlo... A menos que eso que nos falte sea amor. 
¿Y qué pasa con el amor? El amor es la única cosa que escapa al mercado. Y la mejor bandera de resistencia contra él. 

domingo, 6 de mayo de 2012

Das ding

Por Maite Pil





¿Alguna vez pensaste en las cosas 
por las que paso hasta llegar a  vos? 
¿Y  las cosas que implican acercarme a vos?
¿Y las cosas que nos separan?
La ropa es la primera cosa que te sacaría.
Pero me da cosa a veces.
Porque podrías pensar cualquier cosa.

Pero yo te quería decir otra cosa...

Aunque viste que hay cosas que se cuentan. 
Y otras que no se pueden contar. 
Hay cosas que no se cuentan pero se pesan o se miden. 
Uno mide bastante las cosas que dice. 
Y las cosas que no se dicen a veces nos pesan... 
El tiempo no califica como cosa. 
Sin embargo me parece una cosa de locos. 

Pero trato de decirte otra cosa...

A la gente le gusta hablar del tiempo.
Les debe dar cosa el silencio. 
Entonces dicen cosas como “qué calor”. 
O cosas por el estilo.
Decimos muchas cosas que no tienen sentido. 
Y hay cosas que tienen más de un sentido. 
Qué cosa extraña el lenguaje, no?

Me pasan cosas con vos.