Por Flor Bea
Estoy en Estados Unidos. Me consuelo y pienso: “Todo es relativo”.
Pero después pienso que no todo es relativo. Pienso en tamaños absolutos y
luego pienso sólo en tamaños, y me acuerdo de la importancia o la irrelevancia
de que sea grande.
Como estoy indispuesta, voy al baño a sacarme el tampón y ponerme la
toallita yanqui que acabo de comprar en Walgreens: ¡es enorme! Pienso que no es que
ellas, las mujeres de acá, la tienen más grande. Seguro que es que tienen más
distancia entre pierna y pierna. Porque, a decir verdad, no es enorme, es
ancha.
Ancha. Me acuerdo entonces de esas épocas en las que me acostaba con
cuatro hombres diferentes por mes, a razón de uno por fin de semana, y les
comparaba el tamaño, pero siempre cuidando de hacerlo de una manera justa. Es decir,
no confundía larga con gorda. No es lo mismo, las mujeres bien lo sabemos. Si
la tenía corta, pero como un ombú, no perdía, claro está.
Mi mejor amiga había inventado una categoría de forma: la forma
pirámide. Es esa que tiene la base enorme y la cabeza pequeña. En el sexo oral,
yo, una vez, con una pirámide, recordé los chupetines pirulín que me compraba
mi tía abuela a la salida del teatro. Fue un hermoso recuerdo familiar, como un
álbum de fotografías sacado del ropero. Gracias a ese chongo que me hizo viajar
en el tiempo.
Pero como esto era una autocrítica, y al final terminé hablando de
los otros, siendo los otros los hombres, en este caso, me gustaría volver al
tema del tamaño en este enorme país, y la relación de eso conmigo. Lo voy a
decir de una vez: me siento diminuta acá.
Hoy cuando me puse la toallita, me sentí pequeña hasta en lo
genital. Fea sensación si las hay… Después me levanté la remera y me miré al
espejo y me pregunté si acaso mis senos no son como dos cerezas con tallo. Qué
dulces las cerezas… y me deprimí. Porque además voy a cumplir 30 y en los
próximos diez años el culo se me va a ir en picada, ya lo tengo más que
asumido.
Pero, al tiempo, recordé también a aquellos hombres que me halagaron
precisamente por pequeña; los que me amaron por pequeña; los que aplaudieron y
festejaron mi pequeñez en cada
posición en la cama, porque creyeron que de ser un milímetro más grande ya no
hubiéramos podido hacerlo así; los que, por gigantes, se metieron mis cerezas
¡enteras! (de a una) en la boca. Mis gigantes. Mis hermosos gigantes. Sin ellos yo no sería quién soy. A ellos: gracias, y mis mejores
deseos desde el país gigante del norte.
FB.