viernes, 17 de febrero de 2012

El arte de amar las despedidas.





Por Maite Pil

Me levanté a la mañana con la certeza de que había hecho las cosas muy mal. Uno de esos bochornos indignos que una crea . Tan mala era mi percepción del asunto que ni resaca sentía. Lo llamé por teléfono la noche anterior, borracha, enojada, lo llamé ya sabiendo todo lo que no iba a ser nunca.  Y mucho menos lo será con la actitud lamentable que tuve. Porque son espirales. Es como la vez que agarré la bicicleta y me mandé por la bajada del garaje de la casa linda. Mi casa vecina de la niñez. El ruido que hice al chocar contra el portón fue de gran magnitud. Pero ahora no hacen ruido. No siempre nos avisan. Ojalá las cagadas que uno se manda tuvieran ringtones al menos.  
Yo tenía razón. Él no me quería como yo lo quería ¿Pero eso me daba derecho a dejarle cinco llamadas perdidas un sábado a la noche? No sé si me daba derecho, pero que me dio vergüenza, eso desde ya.
Entonces me desperté ya planeando la despedida dramática. En eso sí que soy buena. Me levanté de la cama, me tomé un café y fui a la vuelta. Entré a Librería Norte y le pedí a una mujer que estaba ahí “El arte de amar”. Lo tenía, para mi asombro. Capaz hubiera preferido pasarme el día tratando de conseguirlo. La tapa estaba un poco manchada, no es la primera vez que me pasa, ya me pasó con una novela de Leonard Cohen, pero bueno, son libros. Si fuese ropa interior no volvería jamás.
Llegué a casa llorando, con el libro en una bolsita y dos señaladores.
Le escribí una breve dedicatoria en una de las hojas de cortesía: “El amor pide amor, lo pide sin cesar, lo pide aún…Justamente con amor, Maite”. Es una cita de Lacan. Mi preferida tal vez.
Después del libro restaba llamarlo, asumir mi error, dar un paso al costado, y mandárselo por correo o con una moto. Para que amase a otra…¿Para que supiera amar a otra?
No, no, no. Era para generarle culpa, que la culpa le hiciera sentir que me amaba y que entonces me aprendiera a querer mejor. O no generarle culpa, pero que viera una actitud noble en mí. O que simplemente el miedo de perderme lo obligara a un gesto heroico.
El problema fue que lo llamé y me atendió con la mejor onda. Nunca se enteró de mis berrinches de llamadas perdidas. O se enteró y no le importó.
No supe si ponerme contenta o no. Pero al rato entendí que no estaba contenta. Nos íbamos a ver esa noche como si nada. Arranqué la hoja de cortesía con la dedicatoria. Me quedé el libro.
Esa noche no tuvimos sexo. Me levanté de la cama y fui al sillón a llorar. Supongo que eso destrozó dos egos. Después del llanto volví a la habitación, a dormir. Le habré besado el cuello, no me acuerdo, ojalá lo haya hecho. Él solía estar mirando hacia la otra pared. Hoy entiendo que yo adoraba que durmiéramos sueltos. 
Al día siguiente me despidió con un abrazo. 

5 comentarios:

  1. "Me levanté de la cama y fui al sillón a llorar. Supongo que eso destrozó dos egos."
    Nuevamente, gracias.

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  2. Aún no desperté para llorar en un sillón, pero no estoy tan lejos. De todo mi recorrido personal, tan similar a este, aprendí a no regalar núnca más El arte de amar.

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  3. Nunca más? Lo has regalado ya? Cómo fue ese momento?

    Maite Pil.

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  4. Me parece que salimos con el mismo tipo!! Y conmigo es igual eh, no hay manera de conmoverlo,no afloja ni con el llanto, no hay forma de que le agarre culpa, de herirle el narcisismo, miedo a perderme? puff..

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  5. Creo que estamos saliendo con el mismo tipo!! Idéntica historia :S

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