Por Flor Bea
Salí al barrio a hacer compras: ya me conocés, llevaba ojotas de goma y una pollera larga que me la subo por arriba de las tetas y me hace de vestido, ¿y qué? Si sólo necesitaba leche y pan. Y salí sin miedo porque vos me habías dicho que el que se iba eras vos, que te ibas no sólo del barrio; que te ibas del país me habías dicho. Y yo salí a hacer las compras y el domingo me animé a ir a un cineclub a ver 8 ½ de Fellini porque sabía que no te iba a cruzar. Ya no estaba ese miedo. Aunque yo tuviera el alma como una palta partida al medio y con lo comible ya masticado, así, vacía, sólo en cáscara, fui al cine y a hacer las compras a la mañana siguiente sin lavarme los dientes y con el pelo revuelto porque total, ¿para qué? Si lo único que necesitaba era saber que seguía teniendo piernas aunque las paltas no caminen. Pero cuando avancé por la calle Defensa me crucé con esa vidriera y quedé paralizada. Y en el hueco de la palta de mi alma retumbaron tus palabras, las últimas que me dijiste: “Me tenés inflado, me tenés inflado”. Y todas esas caritas me parecieron iguales a la tuya las veces que quise pedirte perdón pero no me animé porque sabía que estabas tan serio, enojado y… ¿flotante?
Entonces supe que era yo el problema, que unos patos en una vidriera no tenían por qué tener nada que ver con vos, Ducky. Así que entré a una librería de la misma calle Defensa para comprar un anotador y empezar a escribir todas las cosas que siento desde que te fuiste pero te veo. Y fue ahí, en esa librería, donde volví a encontrarte. Sentí pavor. Estabas ahí y estabas como muerto, porque aunque la tanza no colgaba precisamente de tu cuello, yo imaginé que te habías ahorcado, y que lo habías hecho por vos. Entonces lloré frente a la librera y me ofreció una carilina. Pero yo sabía que el pañuelo de papel no podía absorver lo que podía absorver un pensamiento perverso y macabro del tipo de que no lo habías hecho por vos: decidí que te habías ahorcado por mí, y le sonreí a la librera (que estaba más despeinada que yo).
Logré escoger el mejor anotador y la mejor birome, de esas de tinta suave que parecen hacer bailar a los dedos. Tuve la certeza de que sería el comienzo de una pequeña carrera literaria. Es más: se me ocurrió escribir cada mañana lo soñado la noche anterior y escribir después de cada sesión de terapia lo charlado con la psicoanalista, y escribir después de la lectura de cada libro las ideas que me quedaran, y copiar de cada lectura las frases memorables. ¿Eso es creatividad o soledad? No sé si se puede ser feliz y tener ideas individualistas, y vos, Ducky escritor, siempre elegiste las palabras a mí. Así que ahora era mi turno de triunfar.
Ya le había pagado (che, sale un huevo comprar dos boludeces en una librería), pero cuando estaba saliendo te vi. Y no estabas solo. Hijo de tu buena madre, me cagaste. ¿Qué son, tus nuevos amiguitos, alguna es tu novia ahora? Si no me necesitaste nunca, ¿por qué no me lo dijiste?
Ah, y no lo digo de celosa, nada que ver, pero sabelo: las ranas son horribles. Además... ¿con cuántas? ¿Qué, ahora vas a hacerte el liberal y vas a meterte en tríos?
Yo sabía, Pato (porque de ahora en más ya no sos más Ducky, sos Pato) que yo te sobraba.
Llegué a mi casa y escribí una sola cosa sólo para justificar la compra: "No se deconstruye tan fácilmente lo que se construyó con tanto esfuerzo y amor; pero, si se deconstruye, entonces te queda una palta vacía en el alma que hace eco, eco, eco, eco, eco, eco, eco, eco, eco..."