viernes, 25 de marzo de 2011

Son aquellas primeras cosas


Por Flor Bea

Aquellas primeras cosas son los indicios que, si vamos prestándoles la debida atención que merecen, nos trazan un panorama de la situación. Cuando empezamos a salir con alguien tenemos todo por descubrir, por conocer. Los primeros encuentros (por no ser extremista y decir: incluso la primera cita) nos dan una enorme cantidad de información acerca de cómo es el otro, y en ella encontraremos qué nos gusta y qué no, no de un modo taxativo, porque no se pude ser tan absolutista, pero sí de modo que nos va pintando un panorama del futuro de esa posible relación. Sin embargo, hay, en ocasiones, una cierta resistencia inherente al comienzo de estas relaciones amorosas a mirar aquellas primeras cosas. ¿Es, acaso, porque no queremos descubrir que, en verdad, tanto no nos gusta?, ¿es porque no le queremos encontrar el pelo al huevo (que no es lo mismo que buscarlo)? ¿O es porque de verdad nos gusta tanto, que si él llegara con una uña encarnada y llena de pus, y se lo chupara, nos desencajaría del mundo? Si no es el ser más espectacular que conocimos en toda la vida, vamos a forzar hasta los ciclos naturales para que lo sea, porque ya no queremos seguir en la búsqueda del príncipe azul. Y si creemos que lo es, entonces vamos a querer conservarlo para siempre así; así de impoluto. 
Si frente a aquellas primeras cosas que se asoman por debajo de su piel, que brotan de su boca, que guarda en sus placares, que aloja en su hogar, que atesora en sus fotos, que ríe en su gracia, que mira en la tele, que alquila en el video, que hace en sus ratos libres, que elige como amigos, que dice, que calla, que grita, que canta, no aguzamos la vista y, por el contrario, la hacemos gorda o la filtramos por un caleidoscopio, vamos a pasar algunos buenos ratos. Pero también corremos el riesgo de estar mintiéndonos para que no acabe hoy lo que acabará mañana. Cosa que no tiene nada de malo, excepto que nos traiga consecuencias nefastas tales como diez encuentros tortuosos con nuestro reflejo en el espejo del botiquín para preguntarnos una y otra vez: "¿Por qué disfrazaste, una vez más, aquellas primeras cosas?, ¿eh?".
Podría terminar esto acá y esperar sus comentarios, pero voy a agregar una cosita: un cuadro de dos columnas que pude armar a partir de anécdotas que escuché por ahí, de conversaciones entre amigas que me llegaron de más allá... , sólo con ánimos de ilustrar cómo aquellas primeras cosas se nos vuelven monstruos horrendos si no eran de nuestro agrado y no fuimos capaces de asumirlo (porque, en el fondo, reconocer la falta de gusto o de compatibilidad, duele) a su debido tiempo, o sea, antes de que después fuera demasiado tarde.


ANTES
DESPUÉS
Me encanta que me hable mientras hacemos el amor, me habla todo el tiempo…
Un tipo incapaz de sostener un silencio… ¡no se quedaba callado ni en la cama!
La tiene enorme, de verdad, ¡si le re cuesta ponerse un forro porque le quedan chicos!
Dejame de joder, no sabía ni ponerse un forro.
El sexo en su casa es espectacular: lo hacemos en la mesada, en el sillón, en el baño…
El hijo de su madre jamás me llevó a su cama, ¡¿se la reservaba a quién?! Cómo pude…
Me pidió un taxi, pero yo ya estaba vestida y con la cartera puesta, eh. La que decidió irse fui yo.
Era tan bestia, que la noche que no conseguíamos radio taxi creí que me iba a pedir una moto con tal de no invitarme a dormir.
Me manda mails escritos desde la primera hasta la última letra en imprenta mayúscula, ¿no es un exótico?
Era un tipo raro, boluda: odiaba tanto las cortinas para la bañera que prefería inundar el baño, ¡y me escribía los mails en mayúscula!, ¿qué clase de extraterrestre hace eso?
¿No es un freak?, anoche fuimos a cenar y le picaba tanto la espalda que me pidió que se la rascara con el tenedor.
Yo no te digo hacer un curso de protocolo y ceremonial, pero Ariel de La Sirenita en tierra tenía mejores modales que él.

martes, 8 de marzo de 2011

No seré feliz pero tengo la alacena llena


Por Flor Bea

Cuando te separás de alguien, se presentan algunos dilemas. Lo más sano es no darles vueltas en silencio, sino directamente charlarlos con tu ahora ex. Total, a esa altura, ¿qué puede pasar?
Entonces, si no sabés si corresponde eliminarlo del Facebook o no, preguntáselo directamente:
-Ey, escuchame, qué hago, ¿te saco del FB?
-Hacé lo que te parezca. Me importa una mierda lo que hagas de ahora en más.
Bueno, todos dicen que hablando la gente se entiende pero esa frase no se aplica necesariamente a los ex novios, claro está.
Así, te vas preguntando una serie de cosas: ¿tengo que llamar a la mamá y decirle que fue un gusto conocerla?, ¿lo llamo para el cumpleaños?, ¿cómo voy a hacer para enamorarme de otro?, ¿cuántas noches pasarán hasta que vuelva a tener sexo con alguien? Te lo vas preguntando mientras viajás en subte, o cuando estás en la peluquería haciéndote las uñas de los pies, o mientras te preparás el desayuno: café con leche y tostadas de pan integral con queso blanco untable light y mermelada (no querés engordar ahora que tenés que salir de nuevo a seducir, mal que le pese). Así que en eso estás, lagrimeando sobre la tostada, quitando lo poquito que quedó de queso en el cuchillo contra los bordes de esa pieza de pan. Ahora es el turno de la mermelada. Y entonces, descubrís lo peor de lo peor. Lo que te va a hacer sentir su ausencia y explotar en llanto porque sentirás que sin él no sos nadie: no podés destapar el frasco de mermelada recién comprada, está durísimo. Te tranquilizás, creés que no puede ser tan grave, ni vos tan débil. Descansás las manos un rato y volvés a intentarlo. Nada. La ponés bajo el agua caliente: la etiqueta se despega en pedacitos, pero la tapa no se afloja nada. Ahora tenés la bacha de la cocina llena de papelitos, la mesada toda salpicada y el frasco empapado. Se te resbala. No vas a poder abrirlo. Agarrás dos repasadores, a través de uno sujetás el vidrio y del otro, la tapa para girarla. Nada, no se mueve nada de nada. Puteás a La Campagnola, a Arcor o al carajo de marca que fuera que dijera esa etiqueta. Tenés una furia incontrolable y, a decir verdad, tirarías la mermelada por el balcón, desde tu noveno piso, y si le cae a alguien en la cabeza mejor. Ok, lo dejás para más tarde, o para mañana, porque ya está maldita.
Al día siguiente, ni desayunás. Sabés perfectamente qué hacer, lo has planeado: salís hacia tu trabajo con la mermelada en la cartera, por si te cruzás al portero baldeando y así poder pedirle que te la destape. Pero no tenés esa suerte. Ya en la oficina, le mirás los brazos a tu jefe y no te quedan dudas de que podría perfectamente destapártela, pero tenés miedo de que te eche por desubicada (estás paranoica). De la oficina te vas a la facultad y mientras viajás en el colectivo, decidís que antes de que empiece la clase le pedís el favor a cualquiera de tus compañeros o, de última, al jefe de cátedra en el recreo. Pero terminaron todas las clases, ya es hora de volver y vos no te animaste, no sé por qué (¿porque se iban a dar cuenta de que no tenés novio?, no seas tonta, a cualquiera le pasa).
Finalmente, tras algunos días, comprendés que no has podido solucionar el problema porque lo extrañás tanto, que no pensás con claridad. Sí, lo extrañás. ¿y qué? Llorás, quedás desfigurada y ahora sí: ¡la ves! La solución estaba en el mismo lugar donde habías adquirido el problema, es decir, en el supermercado chino. Te sacás las medias, te ponés las ojotas (estás deprimida pero no como para bajar en ojotas y medias) y caminás con paso firme hasta el chino. Te parece que lo más sensato es pedirle que te abra la mermelada o, de última, que te la cambie porque vino trabada de fábrica. Entrás al súper con ese dulce en una bolsa y pensás que le va a caer mejor tu pedido si comprás algo antes. Agarrás algunos productos de almacén y cuando ya estás en la caja pasando todo eso que no necesitabas, sentís que si sacás la mermelada de la bolsa va a creer que la acabás de agarrar y te la va a cobrar de nuevo. Tendrías que contarle toda la historia, o sea, que se la compraste a él hace algunas semanas pero que en el medio te separaste de alguien de quien estabas muy enamorada y que bueno, la idea desde entonces fue desayunar light, y que, por alguna razón, tal vez física o psicológica, o de fábrica, no podés abrirla. Ahí le contarías lo del balcón y la víctima, la fuerza que hiciste, los repasadores, tu ira descontrolada, tu plan sensato y bueno, todo eso, es muy simple. Pero el chino te va a contestar: “noentienlo”, porque nunca entienden nada, no porque vos seas confusa. Así que decidís ni sacarla, no querés más problemas. Llegás a casa, metés todo a la fuerza en la alacena y, cuando sacás la mermelada de la bolsa, te das cuenta de que era imposible que el chino creyera que la acababas de agarrar y que te la cobrara… ¡porque no tiene ni etiqueta! Te ponés a llorar por todo: la mermelada sigue cerrada, tenés algunos productos innecesarios en tu alacena, varios pesos menos en tu billetera, y estás soltera.
Bueno, un optimista te diría: “no tendrás novio ni mermelada para el desayuno, pero arroz, fideos y sal gruesa no te van a faltar”. Menos mal.