Por Flor Bea
Aquellas primeras cosas son los indicios que, si vamos prestándoles la debida atención que merecen, nos trazan un panorama de la situación. Cuando empezamos a salir con alguien tenemos todo por descubrir, por conocer. Los primeros encuentros (por no ser extremista y decir: incluso la primera cita) nos dan una enorme cantidad de información acerca de cómo es el otro, y en ella encontraremos qué nos gusta y qué no, no de un modo taxativo, porque no se pude ser tan absolutista, pero sí de modo que nos va pintando un panorama del futuro de esa posible relación. Sin embargo, hay, en ocasiones, una cierta resistencia inherente al comienzo de estas relaciones amorosas a mirar aquellas primeras cosas. ¿Es, acaso, porque no queremos descubrir que, en verdad, tanto no nos gusta?, ¿es porque no le queremos encontrar el pelo al huevo (que no es lo mismo que buscarlo)? ¿O es porque de verdad nos gusta tanto, que si él llegara con una uña encarnada y llena de pus, y se lo chupara, nos desencajaría del mundo? Si no es el ser más espectacular que conocimos en toda la vida, vamos a forzar hasta los ciclos naturales para que lo sea, porque ya no queremos seguir en la búsqueda del príncipe azul. Y si creemos que lo es, entonces vamos a querer conservarlo para siempre así; así de impoluto.
Si frente a aquellas primeras cosas que se asoman por debajo de su piel, que brotan de su boca, que guarda en sus placares, que aloja en su hogar, que atesora en sus fotos, que ríe en su gracia, que mira en la tele, que alquila en el video, que hace en sus ratos libres, que elige como amigos, que dice, que calla, que grita, que canta, no aguzamos la vista y, por el contrario, la hacemos gorda o la filtramos por un caleidoscopio, vamos a pasar algunos buenos ratos. Pero también corremos el riesgo de estar mintiéndonos para que no acabe hoy lo que acabará mañana. Cosa que no tiene nada de malo, excepto que nos traiga consecuencias nefastas tales como diez encuentros tortuosos con nuestro reflejo en el espejo del botiquín para preguntarnos una y otra vez: "¿Por qué disfrazaste, una vez más, aquellas primeras cosas?, ¿eh?".
Podría terminar esto acá y esperar sus comentarios, pero voy a agregar una cosita: un cuadro de dos columnas que pude armar a partir de anécdotas que escuché por ahí, de conversaciones entre amigas que me llegaron de más allá... , sólo con ánimos de ilustrar cómo aquellas primeras cosas se nos vuelven monstruos horrendos si no eran de nuestro agrado y no fuimos capaces de asumirlo (porque, en el fondo, reconocer la falta de gusto o de compatibilidad, duele) a su debido tiempo, o sea, antes de que después fuera demasiado tarde.
ANTES
|
DESPUÉS
|
Me encanta que me hable mientras hacemos el amor, me habla todo el tiempo…
|
Un tipo incapaz de sostener un silencio… ¡no se quedaba callado ni en la cama!
|
La tiene enorme, de verdad, ¡si le re cuesta ponerse un forro porque le quedan chicos!
|
Dejame de joder, no sabía ni ponerse un forro.
|
El sexo en su casa es espectacular: lo hacemos en la mesada, en el sillón, en el baño…
|
El hijo de su madre jamás me llevó a su cama, ¡¿se la reservaba a quién?! Cómo pude…
|
Me pidió un taxi, pero yo ya estaba vestida y con la cartera puesta, eh. La que decidió irse fui yo.
|
Era tan bestia, que la noche que no conseguíamos radio taxi creí que me iba a pedir una moto con tal de no invitarme a dormir.
|
Me manda mails escritos desde la primera hasta la última letra en imprenta mayúscula, ¿no es un exótico?
|
Era un tipo raro, boluda: odiaba tanto las cortinas para la bañera que prefería inundar el baño, ¡y me escribía los mails en mayúscula!, ¿qué clase de extraterrestre hace eso?
|
¿No es un freak?, anoche fuimos a cenar y le picaba tanto la espalda que me pidió que se la rascara con el tenedor.
|
Yo no te digo hacer un curso de protocolo y ceremonial, pero Ariel de La Sirenita en tierra tenía mejores modales que él.
|