domingo, 9 de mayo de 2021

Blancanieves, the devil in disguise.

 






Por Maite Pil.


Mientras algunos líderes mundiales, junto con organizaciones internacionales, abogan por la liberación de las patentes de las vacunas contra el coronavirus, hay sectores del feminismo que piden reversionar Blancanieves ya que consideran que el beso final no es consensuado. Ustedes bien pueden pensar que presentar el tema así es tendencioso -y tienen razón-. Desde ya que el contexto pandémico no impide, o no debería impedir, los debates y las luchas culturales. Qué excelente oportunidad para visibilizar, por ejemplo, que seguimos siendo las mujeres las que mayor carga horaria de tareas domésticas y de crianza tenemos. O que de la pobreza mundial el mayor porcentaje está compuesto por mujeres. 

Este feminismo desconectado de la realidad, despolitizado, de mujeres blancas, pudientes y superficiales, completamente adaptadas al sistema, reviste un grave peligro y desdibuja las bases ideológicas de -la que debería ser- la gran revolución del siglo XXI.

Uno de los mayores problemas es la denominada cultura de la cancelación, que consiste, muchas veces, en una censura retroactiva. En lugar de leer e interpretar a las obras en su contexto sociocultural, aunque más no sea para repudiarlas, se las pretende eliminar. Esto es, sin dudas, de una ignorancia suprema, propia de los sectores más necios y reaccionarios. 

Vayamos al caso concreto de Blancanieves: la escena en cuestión consiste en que el príncipe, creyendo que su amada, o su crush, está muerta, la besa a modo de despedida. No sé si ustedes fueron alguna vez a un velatorio a cajón a abierto, pero es muy común que la gente se despida de los muertos con besos, caricias y demás demostraciones de afecto. Jamás vi a un muerto consentir o rechazar ninguna de esas acciones. Entonces, el problema no sería el beso en sí, en tal caso sería el mensaje de que un hombre está en posición de salvar a una mujer completamente pasiva. Bueno, seguramente sea un mensaje de mierda, pero, por sobre todas las cosas, es un aspiracional en desuso. Yo podría ver la peli con mi hija y conversar sobre el tema, hasta incluso reírnos de la solemnidad romántica reconociendo aquello que desentona con el presente. Ahora, si lo que yo hago es adelantar la escena, editarle la historia, estoy fracasando.

La humanidad necesita de un feminismo que esté a la altura de las circunstancias. Está perfecto revisar las moralejas de los cuentos clásicos, pero el legado de estas generaciones no puede ser la cancelación, debe ser la producción. Producir cultura, ciencia, conocimientos, y, por sobre todas las cosas, condiciones sociales dignas. 

Y cuando digo producir me refiero a traspasar las pantallas. Nos toca vivir una época muy proclive a la fetichización de las luchas. Nos encontramos con el feminismo Instagram que lo único que hace es mostrar una axila que no está depilada, pero no hay internalización alguna. No hay un verdadero aprendizaje y deconstrucción allí, lo que hay es una fijación estética. 

El feminismo fetichista, ese que muestra y dice, y no le hace ni cosquillas al entramado social, es the devil in disguise. 

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