Por Maite Pil
Yo tengo una loca, loca, creencia: que los amores del pasado sirven para pasar el rato hasta que lleguen los amores del futuro. No se dejen engañar. Los amores del pasado son lobos disfrazados de corderos. Parecen no restar energías ni causar ningún tipo de daño, pero lo hacen. No voy a enumerar anécdotas al respecto, simplemente contarles la última: me regaló un té Yogui (esa es la marca) y luego me eliminó de Facebook. Qué bronca. Me ganó de mano. Se caía de maduro que no daba para más el vínculo, pero me ganó de mano. Es la última vez que desayuno ese té, me lo prometí.
Tengo otra loca, loca, creencia: que a los hombres hay que darles tiempo. Esta es triste y bochornosa. Porque siempre te lleva a un lugar absurdo de demanda; claro, vos creés que el otro está contando los intentos con vos, pero no. No hay nada más frustrante que no ser rechazada de forma explícita. En general, los chabones de mi generación no sabe cómo decirle que no a una mujer y todo se vuelve un chicle confusional y humillante, hasta que el silencio se vuelve respuesta en sí misma y una elimina el whatsapp del otro y una noche de flaqueza intenta rastrearlo en un chat del msn.
Mi última creencia loca es que, a pesar de todo, incluso a pesar de estar publicando esto, voy a conocer a alguien nuevo, algún día, y sin abrirme un Tinder, ni responder los mensajes de Facebook -y en plena pandemia-. Esto más que creencia es como una utopía.
La gente me dice que me sume a los sitios de citas, me acercan testimonios fantásticos de parejas soñadas. Hasta mis dos hermanas mayores conocieron a sus novios así. Pero yo tengo un problema: me odio y me creo superior en partes iguales. Entonces obro en mi contra con aires de grandeza. Una cosa que, aparentemente, cae mal en la gente. Así me contaron.
Por suerte dejé análisis y ahora tengo más tiempo para pensar en mi flaquezas.