domingo, 22 de marzo de 2020

Una pandemia de ¿amor?







Por Maite Pil. 



El domingo pasado, cuando me enteré de que iban a suspender las clases, me enojé. El lunes estuve todo el día a las puteadas, el martes, también. El miércoles me angustié y, para cuando decretaron el aislamiento obligatorio, ya estaba entregada. No siento ansiedad, no tengo planes ni fantaseo con hacer cosas para cuando volvamos a la rutina. Tampoco me prometo cambios para cuando todo termine, ni ando romantizando la vida como la conocía hasta antes de todo esto. No estoy pendiente de las fechas, es más, pienso que todo puede extenderse más allá de lo imaginable. Considerar esa opción me tranquiliza. Ejercer mi maternidad me entrenó en este sentido, como ya lo he dicho en otras oportunidades. Me enseñó a ser impotente sin volverme loca. 

Estuve leyendo varios artículos sobre la sexualidad en tiempos de pandemia. Y me causaron un poco de gracia, algunos, debo decir. Pareciera que muchos se olvidaron de que antes tampoco teníamos el encuentro con un otro garantizado. De hecho, era una queja constante: se puede y no se quiere. Pero bueno, supongo que los seres humanos funcionamos un poco así, necesitamos de ese obstáculo externo para convencernos de que sin él todo sería diferente y mejor. 
También están los que consideran a la masturbación como una forma útil de suplantar el acto sexual. Y se creen revolucionarios por escribir sobre eso. A mí me parece lo contrario, de hecho. Se justifica una práctica que no necesita justificación alguna. Y, además, se reduce la sexualidad a una suerte de mecanismo de descarga. 


Estamos frente a una situación atípica, inédita. Estamos todos arrebatados, se nos impuso otro mundo, otra realidad. Una que pulveriza al sujeto capitalista. Ese que cree que todo lo controla y que acopia recursos materiales para establecerse sus propias reglas y prescindir del otro, o para hacer del otro un instrumento más. En este sentido, pienso que este presente, de limitaciones, miedos e incertidumbres, se le parece bastante a experimentar el amor. 

domingo, 1 de marzo de 2020

Señales.






Por Maite Pil. 

Hace un tiempo atrás, una mujer muy allegada a mí, me dijo que iba a tener una cita con un hombre que había conocido mediante una app. Como estaba medio paranoica, con esto de los machos asesinos, me avisó que iban a ir a Magno, de Caballito, y me pasó el celular del señor en cuestión. Y, además, me pidió que la contactara, en algún momento de la noche, para corroborar de que estuviera viva y a salvo.

Yo, obediente y responsable, le mando un whatsapp. Me figura una sola tilde. Bueno, a veces tardan en caer. Pasa el tiempo, sigue en una tilde. La llamo, no atiende. Espero, la llamo por whatsapp, nada. Mando otro mensaje, nada. La vuelvo a llamar, nada. La llamo y le mando whatsapp, todo al mismo tiempo, nada. Me pongo histérica. Nada. Lo llamo a él, nada. Es una pesadilla. Justo el día que me toca asistirla, la matan. Los llamo a los dos al mismo tiempo, a uno desde el teléfono fijo y al otro, desde el celular, nada. 
Llamo a su casa, suena, suena, contestador. Ni dejo mensaje, para qué. Llamo a las amigas, a las que conocía, al menos, para que me ayudaran a llamar más veces y más seguido. Capaz, entre todas, hacíamos explotar algún celular. Pero no. Nadie atendía, los mensajes no llegaban y todo se presentaba como un silencio mortal. 

Decidí llamar al bar. Le expliqué a la chica que me atendió la situación, que una persona iba a tener una cita ahí, con un hombre, que me pidió que la contactara porque no quería ser asesinada y que no me atendía el celular ni me contestaba los mensajes, y que necesitaba saber si la habían visto. Me pidió el nombre, la descripción y me hizo esperar en línea mientras recorría los dos pisos y el patio. Cree que la encuentra; escucho de fondo,  disculpame, creo que tengo un llamado para vos, tu nombre es ...

- ¿Hola?
-Hola, pelotuda, hace dos horas que te quiero contactar. Me decís que te hable y no contestás el celular.
-No hay señal acá, ni me enteré, está todo bien.
-Andá a cagar, a esta altura esperaba que estuvieras muerta. 

Me sentí defraudada. No es que le deseara la muerte, pero cómo puede ser que todavía haya bares sin señal. ¿No deberían estar prohibidos? Me arruinaron la noche. Me acordé de la alineación de planetas y pensé en la ubicación de las antenas. Y cualquiera puede estar ahí, donde no llega lo que se ofrece. Se da por sentado y se ignora en iguales cantidades. Con razón tenemos tantos analistas. Buenos Aires está llena de agujeros.