domingo, 8 de diciembre de 2019

Amantes seriados.








Dicen que dejaste plantado a tu novio
Dicen que quemaste tu antiguo colegio
Dicen que reías mientras todo ardía
Dijiste basta, basta, basta, paso
Paso de tanta tontería
Me largo a la luna
Albert Pla - Lola, la loca.


No me contradigo, soy inestable. Quería empezar diciendo esto porque hace dos domingos, en mi último escrito, estaba convencida de haber dejado atrás ciertos arrebatos amorosos. Por suerte, el destino siempre se encarga de hacerme saber que estoy equivocada. Le agradezco un montón, me mantiene a raya.

Hay algo de las mujeres más grandes, adultas, que siempre me resultó hipnótico, atractivo. Recuerdo escenas, siendo yo chica, escuchando a mi vieja hablar con mi tía y otras amigas. Ya estaban de vuelta de todo. Una mezcla de serenidad -de esa que da el hartazgo mezclado con alcohol, no la meditación- con experiencia y sensatez. Una capa protectora infalible. 

Quién pudiera hartarse. Hartarse de sí mismo y mutar. Eso quisiera. Hartarme de la vergüenza, de las culpas, de los miedos. Hartarme de la última hora de conexión de Whatsapp. De quedar cómoda para otro. De suponer. Del entusiasmo seguido de angustia. De las dependencias. Hartarme de los que vuelven y de los que nunca vienen. En fin, hartarme de escribir estas cosas pegajosas, catárticas y de mal gusto literario.

El otro día hablaba con una amiga sobre el desencuentro constitutivo que implica el día posterior a, justamente, un encuentro lindo, copado, intenso. Hay un cierto desarraigo, una resaca de la pasión que se traslada al cuerpo, a la neurosis, al alma, no sé. Entonces me puse a pensar que, tal vez, es ese entre-encuentros lo que mejor defina a un vínculo. Lo que lo hace posible, incluso. Por eso sucede, tantas veces, que la espera es mejor, que las expectativas superan a la realidad y que el miedo a la decepción, a contrastar, nos puede jugar en contra. 

Creo que ciertas tecnologías, sumado a una idiosincrasia argentina, hizo que nos convirtamos en amantes seriados. Hay códigos y plataformas de conquista que se han ido cristalizando. Las sorpresas e irrupciones, a lo sumo, se dan mediatizadas por una pantalla. Ya no contaremos epopeyas de hombres y mujeres que se tomaron un barco, y navegaron 90 días, en busca de un amor sin siquiera saber si estaban vivos. Ahora, a lo sumo, tocamos timbre sin avisar que estamos en la puerta.