Por Flor Bea
Huele a hierba y es verano. Las nubes hicieron formas infantiles. La luna salió antes del atardecer. Huele a aire que no es viento pero airea. La primera estrella saldrá en tres horas. Si tenemos que dibujarnos, nos alcanzan dos pinturitas de colores. Somos libres y tienes rulos. Hacemos pis sentados. En nuestra casa hay una pelotita de tenis. Y judías verdes por si tenemos hambre. Y sin embargo, lo siento. Habrá días que no sean tan preciosos. Habrá caprichos de mi parte. Porque lloro como una nena de cuatro años cuando lloro. Y no sabré decirte por qué lloro. Lloraré por estar llorando, sí, pero antes no sabré explicarte el primer llanto. Todas las angustias vienen de una angustia fundamental. La angustia fundadora en mí es no poder decir lo que me duele. Cuando un dolor se me hace impronunciable, se desencadena una serie de causas-consecuencias que solo saben ir a peor. Lo siento. Era muy niña cuando me pasó por primera vez y no supe (tal vez por eso) repararlo a tiempo. Ahora está (estoy) como una pared que fue pintada sobre muchas manchas de humedad. Ya sabes, tú me colocas de otra manera en el mundo. Lo extraño es que todo me importe desde ti y para ti. Eso nunca me había sucedido. Lo siento. Y sin embargo, esto nuevo y diferente incluye lo de siempre. Lo que todas las veces me ha sucedido: sentir el dolor del dolor. Me las he ingeniado cada vez para escabullirme en el mundo. Me salió bastante bien porque escapé a todo y me disfracé hasta de lo que no existe. La monté entre bambalinas. ¿Y puedes sospechar por qué contigo no me funciona? Claro, porque tú estás puesto en este mundo de un modo que solo me vale a mí. Todos los demás modos tuyos (que son varios más) me quedan por fuera. Los amo, porque conozco tu taza y sé que has desayunado en ella por más de treinta años aunque yo no conocía tu taza. Por eso los amo, pero los miro desde afuera. El tuyo para mí, en cambio, es exacto. Es una taza cascada y esa pequeña pieza de porcelana que le falta, encontrada en la basura. Una pieza rescatada, incluso con poca luz, una noche de primavera.
Contigo me encontraba en otra parte,
en un lugar extranjero,
extraño a mí mismo.
André Gorz, Carta a D. Historia de un amor
Huele a hierba y es verano. Las nubes hicieron formas infantiles. La luna salió antes del atardecer. Huele a aire que no es viento pero airea. La primera estrella saldrá en tres horas. Si tenemos que dibujarnos, nos alcanzan dos pinturitas de colores. Somos libres y tienes rulos. Hacemos pis sentados. En nuestra casa hay una pelotita de tenis. Y judías verdes por si tenemos hambre. Y sin embargo, lo siento. Habrá días que no sean tan preciosos. Habrá caprichos de mi parte. Porque lloro como una nena de cuatro años cuando lloro. Y no sabré decirte por qué lloro. Lloraré por estar llorando, sí, pero antes no sabré explicarte el primer llanto. Todas las angustias vienen de una angustia fundamental. La angustia fundadora en mí es no poder decir lo que me duele. Cuando un dolor se me hace impronunciable, se desencadena una serie de causas-consecuencias que solo saben ir a peor. Lo siento. Era muy niña cuando me pasó por primera vez y no supe (tal vez por eso) repararlo a tiempo. Ahora está (estoy) como una pared que fue pintada sobre muchas manchas de humedad. Ya sabes, tú me colocas de otra manera en el mundo. Lo extraño es que todo me importe desde ti y para ti. Eso nunca me había sucedido. Lo siento. Y sin embargo, esto nuevo y diferente incluye lo de siempre. Lo que todas las veces me ha sucedido: sentir el dolor del dolor. Me las he ingeniado cada vez para escabullirme en el mundo. Me salió bastante bien porque escapé a todo y me disfracé hasta de lo que no existe. La monté entre bambalinas. ¿Y puedes sospechar por qué contigo no me funciona? Claro, porque tú estás puesto en este mundo de un modo que solo me vale a mí. Todos los demás modos tuyos (que son varios más) me quedan por fuera. Los amo, porque conozco tu taza y sé que has desayunado en ella por más de treinta años aunque yo no conocía tu taza. Por eso los amo, pero los miro desde afuera. El tuyo para mí, en cambio, es exacto. Es una taza cascada y esa pequeña pieza de porcelana que le falta, encontrada en la basura. Una pieza rescatada, incluso con poca luz, una noche de primavera.